"Necesitaría días de 30 horas y solo tienen 24". Guadalupe Iglesias es una mujer muy activa. A las 11.00 horas participa en un programa de radio, a las 11.30 concreta una entrevista para este medio y a las 12.00 tiene sesión de "chapa y pintura" en la peluquería del barrio. Dice que quiere dar buena imagen en la presentación de su libro 'Al fin la luz', que tiene por la tarde en Toledo, en el salón de actos de la ONCE. "Algunos no podrán verme, pero otros sí", bromea Lupe con su buen sentido del humor mientras nos atiende al teléfono momentos antes de que le acompañemos charlando en su camino hasta la peluquería.
Ella perdió la vista en cuestión de diez años debido a una enfermedad degenerativa y ha estado viviendo más de otra década en la oscuridad. Pero la ciencia y la tecnología le han brindado ahora una vida "en blanco y negro" gracias a la implantación de una retina artificial -ojo biónico- que le permite distinguir siluetas de personas, formas o el contorno de objetos. Se trata de una circunstancia que solo han conocido otras cinco personas más en España.
Desde la operación, en diciembre de 2015, Guadalupe está aprendiendo a ver gracias a un sofisticado mecanismo que estimula eléctricamente su retina y le permite aumentar su percepción visual. Una experiencia que ha querido compartir a través de este libro y a la que anima a las personas que padezcan su enfermedad -retinosis pigmentaria- y que quieran y puedan permitírselo a vivirla también. "Lleva esfuerzo y sacrificio", precisa no obstante sobre esta situación.
'Al fin la luz' narra la vida de esta aficionada colchonera desde que le diagnosticaron la enfermedad -en 1991- hasta que se sometió a la operación. "Era lo que me parecía más relevante para los demás. Mi vida antes de eso era de lo más corriente, incluso el hecho de haberme quedado ciega no me parecía lo más interesante para contar", destaca Guadalupe, que fue operada dos días después que Carlos Martínez, un sordociego con el que mantiene contacto por WhatsApp y que es el primer europeo con esta discapacidad que también cuenta con un ojo biónico.
Se trata de una operación que está evolucionando y que mejora la placa de electrodos que les permite captar el entorno que les rodea en su cerebro. "Él -Carlos- también está contento, pero esto tampoco es la panacea ni la solución definitiva para nuestro problema", recalca Guadalupe, que resalta el proceso de rehabilitación que tuvo que llevar a cabo tras la operación para acostumbrarse a esta nueva forma de ver el mundo.
Nos sigue contando su historia mientras sale de casa y se dirige ella sola a la peluquería. Con su bastón en mano, aunque sin perro guía, sube al ascensor. Se entrecorta la llamada e instantes después vamos escuchando con ella el ruido y el ambiente de una calle madrileña. Reconoce a un vecino y le saluda mientras nos sigue poniendo al día de su ajetreada vida en los viajes que está teniendo estos días presentando el libro, que cuenta con un prólogo de Leonardo Padura -premio Princesa de Asturias de las Letras 2015-.
"No me admires, soy una persona como tú"
"Estoy todo el día para arriba y para abajo", dice Guadalupe mientras cruza la calle siendo capaz de reconocer la forma de un coche, un semáforo o un buzón de correos, elementos que a veces le cuesta distinguir porque "hacen todo del mismo color".
Su cuerpo no sufrió ningún tipo de rechazo tras esta operación que duró unas cuatro horas y media y de la que rehusó tomar los calmantes que le ofrecían los médicos. Ha ido viendo "poco a poco", explica Guadalupe, quien apunta que "al principio parecía que iba a ver mucho, pero todo es mucho más lento". "Es como cuando aprendes un idioma", un idioma que le permite interpretar el mundo de otra manera y al que tuvo que acostumbrarse de nuevo con el uso del bastón.
"Igual no veo todo lo que debería de ver, pero veo todo lo que necesito. El cerebro es el que interpreta lo que hay delante, a veces no soy consciente, no sé si es una moto o un señor que brilla -guasea también-. A veces no sé lo que es, pero lo esquivo. Me sirve para no darme con las cosas", aclara sobre el campo de visión que le proporciona este invento tecnológico.
Cuestionada por las dificultades que entrañan las barreras mentales o arquitectónicas que pueda encontrar en su día a día, Guadalupe señala que "la gente te admira por ir sola por la calle y hablando por teléfono", algo que a su juicio se produce por desconocimiento. "No me admires, soy una persona como tú, solo que me tengo que esforzar más. Hay muchas barreras mentales, somos personas capaces de hacer todo pero de otra manera. Es un error que yo también tenía cuando no era ciega y no conocía a este colectivo. Es cuestión de que la gente nos conozca", apostilla.
En la divulgación de esta historia ha contado con un escritor de renombre. Gracias a su tesón, al "nunca dejes de creer" que títula uno de los capítulos de su libro -también por su fe atlética-, logró conocer a Leonardo Padura, quien acudió a una de las sesiones que realiza el grupo literario Rías Baixas en el que participa en Madrid. Una historia "maravillosa" que también se puede leer en 'Al fin la luz' y que acompaña a momentos de superación, de angustia, de lucha y de satisfacción con los que Guadalupe también da color a la vida.