El pasado 28 de mayo se conmemoraba el Día de la Higiene Menstrual y este viernes, 5 de junio, el Día Mundial del Medio Ambiente. Una cita con la igualdad y otra con la ecología que pueden parecer independientes pero que están muy relacionadas ya que la inmensa mayoría de productos de higiene menstrual no son reutilizables y están compuestos de materiales que tardan en descomponerse unos 300 años, tal y como estima la organización Ecologistas en Acción.
De media, las mujeres tienen la menstruación durante 40 años de sus vidas lo que conlleva el consecuente derecho de acceso a productos higiénicos concretos como tampones, compresas o copas vaginales. Sobre la propia experiencia, por ciclo cada mujer utiliza unos 20 tampones y cinco compresas, es decir, 300 productos anuales y más de 12.000 a lo largo de una vida. Extrapolando los cálculos a nivel mundial, cada año se utilizan unos 100.000 millones de tampones y de compresas.
Ante la imposibilidad de reducir el uso de unos bienes que para las mujeres son de primera necesidad surgen alternativas sostenibles como la copa menstrual. Este objeto, elaborado con silicona, se inserta en la vagina durante el periodo recogiendo la regla y, cuando está lleno se retira, se desecha la regla y se vuelve a introducir. Su limpieza es sencilla ya que solo es necesario utilizar agua y hervirla. El precio de las también llamadas copas vaginales es de unos 30 euros y su vida útil de hasta 10 años.
El ahorro económico, la sostenibilidad o reducir el consumo de productos no desechables son ventajas obvias consecuentes del uso de las copas. Además, esta opción permite calcular mejor el flujo menstrual, su cantidad y color, así como los movimientos vaginales ya que es necesario colocar bien la copa para que no haya fugas. Llegar a este punto conlleva un aprendizaje individual que a algunas mujeres les cuesta más y a otras menos.
Más allá de algunas dificultades, las copas menstruales plantean un nuevo debate dentro del feminismo y de la igualdad de género. Teniendo en cuenta la inmediatez y la rapidez de nuestros modos de vida actuales, así como la carencia de aseos “period friendlies”, ¿decidir usar la copa es una nueva carga para las mujeres? ¿Se pierde calidad de vida al dejar de utilizar los fáciles y cómodos tampones y compresas? ¿Deben las mujeres perder esa comodidad en pro de la sostenibilidad del medio ambiente? ¿Es esta una lucha en la que las mujeres vuelven a perder en beneficio de otras causas?
La academia, la medicina y el activismo con perspectiva de género se dan cita en torno a unos interrogantes tan novedosos como las propias copas cuyo uso no es ni mucho menos generalizado.
"Hay que plantearse dónde y cómo la vas a lavar"
“Quizá no ha llegado a tantas mujeres porque la vida que llevamos hoy en día, de prisas y estrés, no se ha adaptado al uso de productos como la copa menstrual. Al igual que muchos baños de hombres no se han adaptado y no cuentan con cambiadores para bebés”, esta es una de las apreciaciones de la doctora Patricia Espejo Megías, profesora Doctora de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social en la Universidad de Castilla-La Mancha.
Viajar, tener una reunión de trabajo, salir o simplemente dormir, se presentan como “debilidades” ante la copa pero “no por el método en sí mismo, sino porque todavía no se ha facilitado su uso. Hay que plantearse dónde y cómo la vas a lavar”.
Frente a estas incomodidades Espejo, quien también es presidenta de la Asociación 123 EducaFem reconoce que “la copa es una manera no contaminante de utilizar un producto que necesitamos sí o sí, que no es una opción”. Así, elegir este producto supondría escapar del “consumismo marcado por las políticas neoliberales que nos obligan a consumir todos los meses una serie de productos rosas con la tasa rosa”.
Tal y como reconoce la doctora, nos encontramos ante un debate “muy interesante desde el punto de vista de la economía feminista” y del ecofeminismo. Y es que optar por la copa llevaría implícito oponerse “a un consumo que solo nos lleva a un sistema destructivo con las personas, con las mujeres que se encuentra en una peor situación económica y con la naturaleza”.
Espejo pone sobre la mesa la importancia de cualquier opción “reciclable y que no sea de un solo uso” ya que tampones y compresas son de usar y tirar, al igual que sus aplicadores, cintas o envoltorios, en definitiva todos los detalles que rodean al simple producto.
“De una manera o de otra, los productos que nos provén a nosotras no son favorables para el medio ambiente”
Desde Ciudad Real, la ginecóloga Amalia Cañadas Molina, de 34 años, apunta que las copas menstruales no son todavía una opción generalizada entre las mujeres. “De entrada no la recomendaba y en general no se recomienda porque todavía no está internalizada pero cada vez se va teniendo más en cuenta como método para tratar el sangrado menstrual”.
Tal y como explica Cañadas, ella misma sólo planteaba el uso de la copa a pacientes intolerantes a la celulosa, “muy presente en tampones y compresas” que, además, pueden ser fuente de complicaciones como “candidiasis, irritaciones vaginales o vaginosis. En estos casos es una alternativa muy buena. Hay pacientes que tenían estos problemas, se pasaron a la copa y ahora están muy contentas”.
"El uso continuado de todo lo que lleve celulosa” puede no ser recomendable a largo plazo y la única alternativa son las copas. “Las compresas de algodón son preferibles a la celulosa pero son super antiestéticas, son muy gruesas y muy incómodas”.
Respecto a las ventajas medioambientales, Cañadas plantea algunas dudas ya que la mayoría de copas menstruales son fabricadas con plásticos y siliconas. “Los materiales tampoco son cien por cien ecológicos. Con unos productos o con otros, los materiales que nos provén a nosotras no son favorables para el medio ambiente. Es una situación un poco problemática”.
Tal y como manifiesta esta ginecóloga, decantarse por la copa “que es cierto que dura más tiempo”, supone una disminución del impacto medioambiental. “Es menor que con la utilización regular de compresas o tampones”.
"Puede que los tampones y compresas sean más cómodos pero, aunque lleve un poco de tiempo, la copa también termina siéndolo"
Desde el activismo feminista la copa es mucho más que un producto higiénico. “Ha roto con la filosofía de desconexión del cuerpo. La cultura occidental nos ha enseñado que la menstruación es algo sucio, algo de lo que avergonzarnos”, recuerda Irene De Lamo, docente castellanomanchega que recientemente, y por puro interés personal, se ha formado sobre ginecología natural. “Empecé a hacer cursos sobre el tema y me di cuenta de la poca consciencia que tenemos sobre nuestro cuerpo. Quise que esto cambiara”.
Según De Lamo, la medicina moderna ignora “las infecciones vaginales causadas por los tampones” y “nos hace pensar que no sabemos nada de nuestro cuerpo pero si lo escuchamos podemos saber qué es lo que acepta o no”. Las copas menstruales se convierten así en un mecanismo para descubrir nuestra propia sexualidad “porque todo está conectado. Además ha conseguido visibilizar la regla y cambiar nuestra relación con ella, estamos en contacto con la sangre o los olores”.
El concepto más feminista deriva en un aumento del control y conocimiento de las mujeres sobre su propio cuerpo. “Puede que los tampones y compresas sean más cómodos pero, aunque lleve un poco de tiempo, la copa también termina siéndolo y supone un autocuidado que compensa las pequeñas dificultades que pueda suponer acostumbrarse”.
De Lamo va más allá y reconoce que la copa es incómoda al principio pero quien sigue utilizándola “lo hace por conciencia tras conocer sus beneficios, que son prácticamente todos” como el ahorro económico, la reducción de plásticos y ventajas sanitarias. “La copa menstrual es una herramienta revolucionaria, incluso en el ámbito económico porque además del ahorro es un cambio para el sistema capitalista” ya que no sigue las dinámicas consumistas de “usar y tirar”.
La copa menstrual, de producto ecofriendly a “oportunidad de negocio”
La doctora de Derecho del Trabajo Patricia Espejo, residente en Cuenca y desde su propia experiencia cuenta que “en este mercado local y familiar” nunca ha encontrado “un establecimiento o farmacia anunciando que oferta la copa vaginal”. Y es que, tal y como señala Espejo, “desde que se empezó a comercializar la copa no ha habido ninguna gran campaña de publicidad”.
La práctica ausencia de competidores abre la posibilidad de un nuevo mercado y de “una idea interesante de negocio en el camino correcto”. “Si el Covid ha servido de algo espero que sea para repensar el mercado productivo, el sistema de consumo de primera necesidad, ecológico, sostenible, no contaminante… La copa es un ejemplo más del horizonte que debemos conseguir” tras esta crisis sanitaria.
Espejo va más allá y pone sobre la mesa que este revolucionario producto menstrual es la puerta hacia la consolidación del ecofeminismo. “Desde el punto de vista laboral y empresarial es una oportunidad de negocio, un nicho económico absolutamente por hacer y por tejer, muy incipiente y que todavía está empezando”.
La menstruación “sigue siendo un tabú”
Ahorro económico, ecologismo, reducción del consumo, de la producción de plásticos… son muchos los rasgos que hacen de la copa menstrual un producto nada esperanzador para el capitalismo y el consumismo que lo caracteriza.
Espejo considera que la igualdad, la sostenibilidad y el mundo actual pueden llegar a congeniar pero “no se si interesa. Hay muchas mujeres que usan la copa pero podrían usarla muchísimas más si, por ejemplo, se mejorara la disposición de los lavabos”. Una condición en la que coincide con la ginecóloga Amalia Cañadas quien, además, subraya el amplio desconocimiento científico. “Es un dispositivo que todavía no conocemos cien por cien y que no manejamos con nuestras pacientes, aunque es cierto que hay compañeros y compañeras que saben bastante”.
“Queda mucho por hacer por parte de organismos y empresas privadas, como por ejemplo la hostelería”, añade Espejo quien considera que todavía no se han tomado cartas en el asunto porque la menstruación en general “sigue siendo un tabú” aunque cada vez son más las mujeres que se suman a compartir sus experiencias y a situar la regla en el centro del debate. “Hemos sido las propias mujeres las que hemos difundido el uso de la copa. No ha sido ni el sistema capitalista ni el interés empresarial”, afirma Irene De Lamo. “Si la copa funciona es por el boca a boca porque no hay apenas publicidad”.
Según De Lamo, este método “tardará en generalizarse porque no interesa que se haga popular y le quite el mercado a los productos de usar y tirar”. Independientemente de los intereses capitalistas y del sistema patriarcal, parece que la tendencia actual aboga por un producto recomendable por la mayoría de usuarias.
La libertad, comodidad y lucha contra la tasa rosa, aquella impuesta a los productos de tal color o exclusivos de mujeres, como compresas o tampones, han hecho de la copa un producto feminista, sostenible y compatible con la igualdad. “Hay mujeres que consumen ambas cosas por el modo de vida y por la falta de facilidades, y hay gente que la deja de usar por esta misma razón, y mujeres que son muy fieles a la copa porque se quieren oponer de manera radical y rotunda a ese consumismo y a esa tasa mensual”, añade Espejo.