Beber y emborracharse de tasca en tasca durante toda una noche, no lavarse, deambular sin rumbo fijo y dejarse llevar por la aventura y la imaginación. Estos fueron los principios que el cineasta Luis Buñuel impuso a sus amigos y amigas cuando decidió fundar en 1923, con toda la sorna que le caracterizaba, la famosa ‘Orden de Toledo’. Conforme esas condiciones se cumplieran en mayor o menor medida, los miembros podían llegar a ser nombrados caballeros o quedarse en simples escuderos. La decisión la tomaba el aragonés, como ‘condestable’ de la Orden, y así la mantuvo durante casi 15 años en las visitas que siguió realizando a la ciudad con diferentes grupos de amigos. Formaron parte de ella Salvador Dalí, Federico García Lorca o Rafael Alberti. Todos ellos macarras literatos que llegaron a protagonizar todo un “acto de vanguardia” cultural durante más de una década.
El espíritu de este divertimento ideado por Buñuel vuelve ahora a revivir en el libro ‘La Orden de Toledo. Paseos imaginarios en tiempos de vanguardia’, del escritor, investigador y profesor Juan Carlos Pantoja, de la editorial Covarrubias y que forma parte de la colección ‘Paseando por Toledo’.
Su autor leyó hace tiempo un pasaje de Rafael Alberti en ‘La arboleda perdida’ donde el poeta recordaba sus tiempos de juventud y relataba cómo fue nombrado caballero de esta Orden, que él denominaba la Hermandad de los Caballeros de Toledo. A partir de ahí, Pantoja fue indagando en los pormenores de la aventura de estos escritores, intelectuales y artistas, una investigación que estimuló su curiosidad junto con el acercamiento a las vanguardias del siglo XX que imparte también a sus alumnos de Bachillerato.
La propuesta de ‘resucitar’ esta aventura le llegó de la mano del editor Andrés Covarrubias. “Fue una idea feliz”, afirma, porque pese a la fama que con los años llegó a adquirir, no hay una extensa bibliografía sobre la Orden de Toledo. Sí hay datos confirmados y documentados que se detallan y relatan en el libro, como por ejemplo, que fue idea de Luis Buñuel tras visitar por primera vez la ciudad en 1921 de la mano de Antonio García Solalinde, filólogo que formaba parte de un grupo de intelectuales que habían constituido en Toledo ‘La Tertulia del Ventanillo’.
Dos años después, el cineasta regresó y decidió fundar su propia versión: una Orden de Caballería con “un nombre muy serio” pero que no dejaba de ser un “grupo de gamberros que querían pasárselo muy bien”.
El grupo permaneció activo hasta la Guerra Civil
Buñuel impuso primero la norma principal, solo para “los más aguerridos”: emborracharse durante toda una noche y deambular por las calles “perdiéndose en busca de infinitas aventuras”. “Era casi como una ‘performance’ de un grupo de amigos, divirtiéndose y rindiendo su particular homenaje a una ciudad que amaban”. En sus escritos posteriores, muchos de ellos recogidos en este libro, se detalla que este grupo permaneció activo hasta 1936, el año en que comenzó la Guerra Civil Española. Llegaron a formar parte del mismo unos 30 hombres y mujeres durante todos esos años. En una misma visita, no llegaron a ser más de seis u ocho, pero Buñuel las organizaba y capitaneaba siempre.
Para el cineasta la importancia de la Orden de Toledo no fue menor. Aunque no dejaban de ser salidas nocturnas de juerga, su espíritu trascendió la simple borrachera y marcó los años de juventud de muchos de ellos. De hecho, ya exiliado en México, Buñuel realizó de su puño y letra un manuscrito donde, de memoria, apuntó los años en que se convocaron estas aventuras nocturnas, junto con algunos de los miembros que participaron. Además, Juan Carlos Pantoja explica que incluso cuando regresó a España para rodar ‘Tristana’ recuperó en la película parte de ese espíritu. “Viene a ser la plasmación en el cine de las manías, de los rituales y de los mitos que rodearon a la Orden de Toledo”.
Pero, ¿cuáles fueron esos ritos? No solo se trataba de emborracharse para ser nombrado caballero. Había otros requisitos como no lavarse mientras permanecieran en “Ciudad Santa” (que era como Buñuel llamaba a Toledo), besar el suelo como si fuera tierra sagrada, cantar, descubrir rincones ocultos o incluso cortejar a algunas mujeres de alta cuna acudiendo a despertarlas a sus casas para luego salir corriendo.
También hubo otras anécdotas y acontecimientos “enmarcadas dentro de lo onírico o lo sobrenatural”. El escritor cuenta, y así se recoge en el libro, que una de las más llamativas fue cuando el grupo, a altas horas de la madrugada y bajo la nieve, escuchó a unos niños que cantaban las tablas de multiplicar como se hacía antiguamente. Buñuel se subió a hombros de otro compañero y miró a través de la ventana desde donde salían las voces y “vio que no había nadie”. “No se sabe si ese toque de misterio fue una alucinación, fruto del vino trasegado, o una simple broma, pero dice mucho de las andanzas que tuvieron”.
El contraste entre lo ultramoderno y una ciudad "anclada en su pasado"
“En realidad, fue un acto de vanguardia y por eso aparece así en el título. Es una obra más de ese movimiento, igual que las películas de Buñuel de la primera época como ‘Un perro andaluz’ y ‘La Edad de Oro’, que fueron experimentos que encajan en la época. Esto era una forma de acercarse a la diversión en una ciudad totalmente anti-vanguardista, y que a principios del siglo XX estaba muerta y anclada en su pasado, imbuida del espíritu religioso y de cierto conservadurismo. La Orden de Toledo generó el contraste entre lo ultramoderno y una ciudad decadente. Eso acentúa aún su toque dadaísta y surrealista”.
Por eso hoy en día su significado y su simbolismo son fundamentales, opina Juan Carlos Pantoja. Considera que fue el reflejo de la manera de vivir de toda una generación literaria durante su juventud, centrada en la diversión. “En Buñuel las repercusiones quedan marcadas durante toda su vida: lo recuerda en sus memorias, donde le da una importancia muy grande hasta el punto de resucitar esos mitos en ‘Tristana’”.
En los demás también fue así, un “contacto irrepetible con una ciudad muerta”, formando parte “de una mitología que empezó con los años del modernismo”. La prueba es que los que luego fueron personas más conocidas, como Salvador Dalí, así lo recordaron. Y el propio Alberti, cuando regresó del exilio tras la dictadura franquista, acudió a la toledana Venta de Aires, donde acudían a comer los miembros de la Orden, para rememorar la experiencia.
El libro que, casi un siglo después, recoge estas aventuras, establece una serie de rutas “imaginarias” por la ciudad. En sus notas, ni Buñuel ni otros miembros del grupo dejaron constancia precisa de sus recorridos. Citan algunos lugares como la mencionada Venta de Aires, la Posada de la Sangre donde se hospedaban o el campanario de la Catedral, pero poco más. Por eso, el autor ha decidido seguir el espíritu de la orden, acatar sus pequeñas leyes y criterios, “perderse y callejear sin rumbo” para revivirlos en sus noches toledanas antes de que la guerra arrasara con todo.