Tanto el Toledo moderno como el antiguo se hallan anclados en un espacio muy particular y es que, la definición que hace del mismo el río Tajo, abarca esos valores ambientales que tanto buscamos desde la urbanidad. Sus riberas y sus zonas de influencia se encuentran cerca de nuestras casas, por lo que el sosiego y la armonía que perseguimos tantas veces al finalizar nuestra jornada nos esperan siempre cerca.
Así pues, parece necesario que dejemos de silenciar la realidad que todos conocemos y compartimos: la del terrible deterioro de un espacio tan puro y tan característico. La dejadez y el abandono que caracteriza a la política a la que siempre hemos estado acostumbrados no debe pasarle factura a nuestro entorno ni debe ser parte de nuestra identidad. Hablemos abiertamente y más a menudo sobre si es irremediable el estado de las aguas que el río arrastra; sobre si es posible que la senda sea respetada en todos sus tramos; sobre si percibimos que quien visita Toledo no guarda demasiado interés por aproximarse a las orillas del río que su folleto turístico menciona; sobre si, en definitiva, el vivir próximos a él desde el apego nos pudiera ayudar a crecer como personas y como ciudad.
Toledo se merece más.