Quiero hablarles de algunos toledanos que vivieron en primera persona el éxodo republicano español de 1939. Toledanos naturales de la capital, pero también de otros lugares como Madridejos, Villafranca de los Caballeros, Fuensalida, Lominchar, Noves, Urda, Layos, Bargas, Calzada de Oropesa, Sonseca… Sus oficios eran de los más diversos: agricultores, camareros, ingenieros, mecánicos, obreros, horticultores, veterinarios, conductores de tranvía.
Ellos, al igual que el medio millón de españoles que se agolparon en poco más de una semana en los puestos fronterizos de Le Perthús, La Junquera, Cerbère o Portbou, tuvieron que ver cómo el país galo al principio cerraba sus fronteras ante la magnitud de soldados y civiles que les solicitaba auxilio tras la caída final de Cataluña.
Cuando la frontera abrió, la mayoría de estos toledanos fueron recluidos en campos de internamiento improvisados o reutilizados de la I Guerra Mundial.
En estos campos miles de españoles (y españolas, porque también hubo mujeres) vivieron en unas condiciones insalubres mientras se aferraban a la escritura y la lectura, como si estas fueran un bote en medio de un naufragio: clases para analfabetos, conferencias, obras de teatro, canciones, edición de boletines manuscritos, etc., fueron algunas de las actividades culturales que más se prodigaron en los arenales.
Entre las distintas salidas que el gobierno francés dio a los españoles para dejar los campos de internamiento había cinco: conseguir un contrato laboral fuera del campo, alistarse en la Legión extranjera para combatir en la II Guerra Mundial, alistarse en una Compañía de Trabajadores, ser repatriados a una España a la que no querían volver y conseguir un pasaje hacía un tercer país que les brindara su asilo. Esta última opción, como pueden imaginar, fue la más solicitada por los exiliados españoles. Para ello, tenían que lograr ser seleccionados por alguno de los organismos de ayuda encargados de estos viajes y traslados.
Para seguir la trayectoria de nuestros toledanos, solo nos basta señalar aquí dos nombres propios, el de un país, México, y el de una institución de ayuda, el Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles (SERE), dependiente de la derrotada República Española y con una delegación en México.
Al llegar, muchos toledanos redactaron una carta de súplica al Comité para demandar aquello que consideraban más perentorio y que casi siempre estaba relacionado con la asistencia sanitaria, con préstamos económicos, con la petición de ropas y mobiliario o con la petición de ayuda para buscar un empleo o encontrar a familiares a los que habían perdido la pista. Estas cartas de súplica conformaron expedientes personales en los que figuraban los datos personales de estos exiliados.
Me gustaría que nos detuviéramos en la petición firmada por Luis García-Galiano y Rodríguez y Santiago Muñoz Martínez, naturales de Sonseca, que solicitaban un préstamo para iniciar en México un negocio que tuviera como punto de partida uno de los productos típicos de Toledo: el mazapán. Así, el 20 de octubre de 1939, y con algo de premura por la cercanía de las fechas navideñas donde los solicitantes afirmaban que “la venta está ya asegurada”, estos dos refugiados solicitaban una importante cantidad de dinero para montar una industria basada en el dulce toledano. En su solicitud señalaban:
“Queremos asimismo advertir que por ser este artículo, completamente desconocido en México (se conoce en pequeña escala por lo que importaba España) y por las gestiones realizadas a nosotros a tal efecto, cerca de los comerciantes dedicados a él, toda su producción está previamente vendida y asegurada, por tanto, el éxito del negocio a que nos referimos”. (Solicitud e Luis García Galiano Rodríguez y Santiago Muñoz Martínez, Archivo del CTARE, Sección Estadística, Expediente 1153, Fundación Pablo Iglesias, Archivos del Movimiento Obrero, Alcalá de Henares).
El empeño de Luis García-Galiano hizo que su sueño de comerciar en México con mazapán llegara a buen puerto, según recogió Enrique Sánchez Lubián en un artículo publicado en ABC y firmado en 2013, en cuyo titular destacaba: Mazapán, legado del Toledo republicano en México.
Esta historia, más allá de la gracia anecdótica que le podamos encontrar, creo que demuestra una evidencia que a veces pasamos por alto y que conviene recordar, y no es otra que la riqueza que los intercambios culturales y sociales suelen proporcionarnos. Que el mazapán siga siendo uno de los dulces demandados en México en Navidad nos muestran esos puentes que el país de Lázaro Cárdenas brindó a miles de exiliados españoles y cómo muchos de estos exiliados crecieron en la adversidad, fueron adoptados por un país que les acogía y del que muchos ya no quisieron salir para volver a España, aunque un trozo de España, como este mazapán, fuera siempre con ellos.
No podría hablar de estas historias si no fuera porque estos refugiados necesitaron ayuda y porque intentaron conseguirla mediante una carta de petición. Ni mucho menos si no hubiera existido un organismo asistencial encargado de socorrerles y de “archivar” sus necesidades.
Cartas, papeles, expedientes viejos… que esconden miles de vidas y que nos recuerdan que nadie está libre del éxodo, que todos somos “átomos de escasa percepción” con un futuro incierto y con un pasado que nos ancla a nuestra identidad.
Guadalupe Adámez Castro, profesora de Historia en la Universidad de Alcalá de Henares