“En la vega conocida como la Huerta del Rey, se había instalado un enorme campamento donde se habían acomodado gran parte de las tropas". Estas palabras de la obra ‘Las Navas’ (Esfera de los Libros. 2022), bien podrían recordarnos que casi diez siglos después estamos en las mismas. En otros lugares y con otros protagonistas, pero con idéntico trasfondo, la guerra.
Nos encontramos ante una novela histórica que arranca en el castillo de Salvatierra, en Calzada de Calatrava (Ciudad Real). Su característica sillería de roca volcánica forma hoy parte de la Lista Roja del Patrimonio de Hispania Nostra por su avanzado deterioro, pero en otros tiempos y en pleno esplendor, jugó un importante papel en la historia.
Tras la derrota cristiana en Alarcos (1195) se convirtió en la sede de la Orden de Calatrava, a la que el autor del libro, Judá Barber (Barcelona, 1981), atribuye el protagonismo de la novela. Recupera en ella a Enric Vidal, un ‘freire’ al que los lectores conocieron en ‘El caballero de Calatrava. La cruzada de Barbarroja’ (2021), junto a su inseparable Álvaro Torres. Eso sí se trata de historias completamente independientes, con 20 años de por medio en el relato temporal.
Salvatierra, Calatrava la Vieja, Calatrava la Nueva o Malagón son algunas de las fortalezas de la provincia de Ciudad Real entre las que discurre la historia que desembocará en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) entre cristianos y musulmanes. Ese enfrentamiento cambió el destino de un territorio que, a la postre, se convertiría en lo que hoy conocemos como España. Y encontramos también alguna mención al desconocido castillo de Zorita de los Canes, en Guadalajara, que sirvió de refugio a los calatravos y en cuyas inmediaciones hoy se conserva uno de los parques arqueológicos de Castilla-La Mancha, la ciudad visigoda de Recópolis.
Otra de los grandes protagonistas del libro es la Toledo del siglo XIII. Esa ‘Ciudad de las Tres Culturas’ en la que habitaron cristianos, judíos y musulmanes y cuya convivencia no fue bien entendida por los forasteros, especialmente por los ‘ultramontanos’, mercenarios llegados de Francia o de otros puntos de Europa para participar en la ‘cruzada’ que el papa Inocencio III autorizó a Alfonso VIII de Castilla con el objeto de frenar el avance árabe hacia Europa.
“Aquí teníamos una visión un tanto diferente del enemigo musulmán. Se guerreaba con ellos, pero fueron tantos años que cuando se ocupaba una villa o una fortaleza, normalmente se respetaba la vida de judíos, cristianos o musulmanes”, explica Judá Barber. “Las matanzas eran escasas. Había un cierto respeto” y lo aclara. “Hay que tener en cuenta que las fronteras iban moviéndose mucho. Los ultramontanos en cambio iban a fuego y sangre, no dejaban a nadie vivo. Eso lo vimos en la Judería de Toledo o en Malagón”.
Barber explica que “no solo influía probablemente la bula concedida para expiar los pecados de los infieles en la capital del reino, sino el hecho de que pasaron mucho tiempo hacinados. Eran guerreros ociosos y eso podía provocar que no se les pasara nada bueno por la cabeza”. El texto relata con cierto detalle esos momentos en el gran campamento instalado en Toledo en lo que todavía hoy se conoce como la ‘Huerta del Rey’.
La novela refiere cómo, en aquella época, la cruzada “era la respuesta, el único camino posible hacia la salvación. Tras Alarcos, Castilla estuvo muy cerca de desaparecer”, relata Barber, quien comenta también ciertos prejuicios instalados en la sociedad actual sobre la vida en la Edad Media.
“La consideramos como una edad oscura, tomada por la iglesia, sin científicos… pero evidentemente y como en todas las épocas había personas buenas y malas. Desde nuestra perspectiva es difícil juzgar lo que hicieron y cómo lo hicieron. La novela pretende ser sobre todo entretenimiento y será el lector el que empatice o no con los personajes”.
Y es que el libro es muy duro en ciertos momentos. Refleja la brutalidad de las guerras, ya sea en nombre de la religión o de cualquier otra causa, como la que se vive actualmente en Ucrania, tras la invasión rusa alentada por Putin. “El ansia de poder siempre ha existido. A lo largo de la historia siempre aparecen personajes tentados de hacer daño. Hoy en día todo está televisado y nos llega a través de las redes sociales. Se nos rasga el alma, pero en aquella época pasó lo mismo: muerte, familias destrozadas…”
“Una riqueza en castillos que no hay en ningún otro lugar del mundo”
También es un texto en el que pesa más el rigor histórico que la ficción y en la que hay una prolija descripción de la arquitectura medieval que tan bien conoce el autor, en su faceta de arquitecto técnico. “Para mí escribir es un hobby. Mi oficio es la obra y he participado en varias reformas de edificios medievales. Es cierto que hay mimo en los detalles arquitectónicos”.
En el caso de algunas de las construcciones medievales de nuestro país apenas queda lo que se describe en los libros. “Tenemos una riqueza en castillos que no hay en ningún otro lugar del mundo. Estuvimos casi 800 años en guerra continua, en la que se iba fortificando como la única manera de aguantar las embestidas musulmanas y consolidar lo conquistado. Es una lástima que no se haya invertido en su mantenimiento como se debería”.
Templarios, calatravos y otras órdenes de monjes-soldado
Judá Barber eligió a los calatravos y no a los templarios (o quizá a los caballeros de Santiago o a los monjes hospitalarios) para su novela. “Los templarios son los más conocidos. Existe una visión romántica, por su influencia en Europa y en Tierra Santa que fue mucho mayor que la de las órdenes hispanas que se limitaron a actuar en la Península Ibérica. Su final trágico originó un imaginario popular de tesoros perdido. Yo quería un personaje calatravo”.
Quizá para desmontar algunos mitos. “La fortaleza de Calatrava La Vieja estaba en manos de los templarios que se retiraron al ver una fuerza musulmana muy poderosa. Un clérigo y un soldado convocaron a voluntarios para defenderla. Lo hicieron y ahí comenzó su origen. Fueron clave en las Navas de Tolosa”.
Hay que recordar que, días antes del confinamiento por la pandemia, el Archivo Histórico Nacional anunció que mostraría durante 24 horas en Almagro el documento fundacional de la Orden de Calatrava que convirtió a la provincia en “zona de cruzada” y que, a la postre, terminaría forjando el futuro mapa administrativo de Ciudad Real.
La cruzada que se inició en Las Navas de Tolosa, en Jaén, marcaría un antes y un después. Barber explica que la derrota musulmana provocaría “una sensación de indefensión entre los musulmanes, una desmoralización de los andalusíes y una pérdida de confianza en el poder militar almohade”, además de alimentar la crisis interna del califato.
Después, permitiría una expansión de los territorios cristianos que ganaron más de 210 kilómetros en una solo campaña. “Desde aquel momento, la guerra entre cristianos y sarracenos sería una cuestión esencialmente andaluza”, comenta el autor, hasta la toma de Granada, ya en tiempos de los Reyes Católicos.
‘Las Navas’ no será la última historia en la que sepamos del calatravo Enric Vidal. “Habrá más”, confirma el autor, porque “nuestra cultura medieval es riquísima”.