Federico de Arce es historia humanística de Toledo. Es un pensador generoso, que siempre tiene a bien compartir sus reflexiones para arrojar luz sobre la sombra de la duda, no para resolverla sino para que la pregunta tenga más sentido. De origen murciano, aunque afincado en Toledo desde hace décadas, se ha convertido en un “poeta chino en español” debido a la estructura de sus poemas. Ha publicado los poemarios ‘En casa de huéspedes’, ‘Miel de Brujas’, ‘Aguas arriba de mi madre’, ‘Un mal español’, ‘Jugando a las casitas con Emily Dickinson’, y las novelas ‘¿Por qué no hay una Hofbräuhaus en Toledo?’, ‘La voz de El Shaday’ y ‘La vieja’.
En su nueva obra poética, ‘El guardián de la voz’ (Editorial Gato Encerrado, 2021) ha decidido volcar casi la totalidad de sus obsesiones sobre la memoria, el lenguaje, la identidad y la muerte, para ofrecer al lector una compilación de paradojas y transgresiones de la lógica. Así nos lo cuenta.
Si echamos un vistazo a su obra poética, este libro parece una suerte de antología de todos los temas que han marcado su poesía. ¿Usted lo considera así?
Sí, quizás de temas sí. Lo veo como un muestrario de obsesiones. Estos poemas no han sido publicados, o lo han sido con variantes. Además, muchos de ellos son las matrices de libros que luego sí vieron la luz. Quizás eso sea lo que pueda inducir a pensar en una antología, pero estrictamente no lo es. Hay también poemas que pertenecen a libros en los que hace muchos años estoy trabajando, por tanto, todavía inéditos. Sigue siendo raro llamarme Federico. Pero me voy resignando.
Ahí están de nuevo sus transgresiones de la lógica y paradojas. Su magia con el lenguaje. ¿Cuál es el mecanismo, el resorte, que le permite seguir manejando así las palabras? O dicho de otra manera, ¿de dónde procede tal inquietud?
Siempre escribo a mano, en libretas escolares de hule, desde pequeño. Y escribo sin puntos, y como en verso. Digo como en verso, pero yo creo que en vórtices, mis textos son como mandalas, sin principio ni final. Sin que lo busque deliberadamente, tienen una circularidad recursiva de la que no sé cómo salir. También sucede cuando dibujo. Solo sé hacer extraños monigotes antropoides, que trazo sin levantar el lápiz. A Carmen, mi hija, le gustan mucho.
¿Por qué ‘El guardián de la voz’?
Viene de un texto muy querido del Génesis. Después de matar a Abel, Caín cree escuchar decir a El Shaday -todavía no es YHVE-: “¿Dónde está tu hermano?” Caín responde: “No sé. ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?” ¿Le ha hablado Dios a Caín o el hombre ha escuchado la voz de su propia conciencia? Peligroso parece que Dios pueda hablar con nosotros, pero, ¿de dónde viene esa Voz? La escribo aquí con mayúscula. Vox sive humana natura es un latinajo que a menudo me digo sin ánimo de enmendar el Deus sive Natura de Spinoza, sino de complementarlo. Al escuchar esa voz, Caín vio por primera vez su rostro en el rostro de su hermano, y supo lo que había hecho. Abel estaba muerto, y se dio cuenta Caín de que se había matado al asesinar a su hermano.
Entonces hablamos de la identidad del hombre…
Ahí nace el hombre, sí, y su destierro, más aún que en la expulsión del paraíso por un pequeño pecado de impaciencia. “Je est un autre (Yo es otro)”, gritó el niño poeta, Rimbaud. Parece que dijo una enormidad, pero es lo mismo que dice el Génesis. No es tanto que al hablar yo sea otro, sino que tú eres otro, al hablar y al escuchar. Lo han sabido siempre los viejos maestros taoístas chinos, la primera y la segunda persona del verbo están vacías. ¿Quién habla entonces si tampoco existe la tercera persona, aquello de lo que se habla, él o ella, eso? La Voz no dice, sino que se dice en nosotros. Todos somos ese guardián de la voz. A la pregunta que la voz se hace en Caín, “¿soy acaso el guardián de mi hermano?, solo cabe responder sí, en todos los sentidos todos somos el guardián de la voz.
Una buena parte del libro se detiene en la nostalgia, el amor, la familia… ¿Hay más memoria que nunca?
No creo, ahí está “La vieja” o “Jugando a las casitas con Emily Dickinson” en cuanto a la memoria personal, y “Un mal español” si atendemos a nuestra deliberada desmemoria colectiva. Mi madre tiene Alzheimer y eso me perturba muchísimo. Vi morir a mi abuelo vaciado en vida de su persona por la demencia senil. Tengo miedo de acabar así, siendo, por otro lado, y por desgracia, memorioso. Siempre estoy trabajando contra el olvido, ahora en un par de libros. Cuando muera mi madre, si no he muerto antes, yo seré el más viejo de mi familia. Tengo miedo a la afasia y a la demencia. Y también a la muerte. Pienso demasiado en ella. No soy un hombre libre.
El misticismo, las religiones, siguen siendo también una constante en su poesía. Se atisba un aprendizaje espiritual que no cesa. ¿Es un bucle existencial, un camino, un retorno o una forma de revisitar todas tus creencias/no creencias?
Todos los días medito al levantarme y al anochecer, si no hay algún acontecimiento que cambie mi agenda. Cultivar el huerto es también una forma de meditar. Llevo haciéndolo desde los 17 años. Supongo que es extraño. Soy una persona religiosa. No obstante, no tengo fe alguna, ni esperanza personal siquiera en esta tierra. Para nosotros no puede haberla. Hemos confundido el yo con el alma. Al morir perdemos el yo, creo que es poca cosa. Pero tengo miedo, porque amo la vida. De momento, creo que estoy vivo y siento mucha alegría. Supongo que estoy vivo porque antes estuve muerto. Procuro vivir un poco a contrapelo, “aguas arriba de mi madre”. No soy cristiano, pero amo a Jesús. Creo que Jesús tampoco habría creído en Cristo. Juan de la Cruz, Machado y César Vallejo son los poetas en mi lengua que prefiero, tres poetas religiosos. A pesar de ser un poeta chino, La Biblia es un libro que leo todos los días. Abraham Abravanel y Huzi son grandes amigos. Aunque a veces disputan, como todos los heterónimos.
En cuanto a la estructura del libro y de los propios poemas, la influencia oriental sigue perenne. ¿Qué te ha proporcionado considerarte desde siempre un "poeta chino en español"?
Machado y el Tao Te King han sido las dos lecturas que más me han marcado. Llegaron al mismo tiempo. Machado era y es lectura obligatoria en el instituto, y por eso lo descubrí. El Tao Te King lo compré por casualidad en una feria del libro de mi pueblo. Siempre me ha gustado China y los chinos. A decir verdad, lo compré porque me gustaban las películas de Bruce Lee. Tenía 16 años. El deslumbramiento sigue hasta el día de hoy. Ahora lo estoy traduciendo poco a poco del chino, con ayuda de textos bilingües, y soy muy feliz. Aquella edición de Orbis con traducción de Carmelo Elorduy se la regalé a Javier Manzano. Un acto de amor. Poco después llegaron Dostoievski, Franz Kafka y Pessoa. Y Chuang Zi, para mí el escritor más enorme. Cuando leí “Los capítulos interiores” me di cuenta de que era un poeta chino en español. Machado, Kafka y Caeiro fueron escritores taoístas en sus lenguas. Uno es taoísta antes de saberlo. Es así.
Desentraña más que nunca el misterio del lenguaje e incluso de la comunicación, de la voz. ¿Ha conseguido con los años extraer alguna conclusión de toda esa inmersión en la comunicación, en la lengua?
No, me limito a obedecer. Si fuera un escribiente, no escribiría. Si fuera estrictamente un escritor profesional, tal vez podría contestarte. Pero soy un escriba, alguien que escribe al dictado de la Voz, sin que sepa qué es la Voz, escucho una, entre las voces. Aunque tenga que ir buscando por aquí y por allá las palabras, porque se me revelan imágenes, escribo al oído. Nada sé, balbuceo.
"Si no escribo, me siento peor, muerto entre los vivos"
Está claro que es un poeta y narrador prolífico. ¿Qué le impulsa a esa necesidad de comunicación escrita, de seguir transitando ese camino poético?
Preferiría no hacerlo, pero no soy Bartleby. En realidad, no sé si escribo, al escribir creo que obedezco a la Voz, o sea, se escribe en mí, un poco como en ‘En la colonia penitenciaria’, el cuento de Kafka que glosé en ‘Aguas arriba de mi madre’ para explicarlo. Una verdadera tortura. Escribo de madrugada, a eso de las cinco, un par de horas antes de ir a trabajar al instituto. Me despierto porque baja la Rastra, con sus agujas y se graba la escritura en carne viva. Luego, medito y escribo, cuando quizás debería callarme. Es una rutina. No quiero dejar de meditar, pero sí de escribir. Es una tortura, un permanente estado de atención. En realidad, paso la mayor parte de mi vida entre los muertos. Y si no escribo, me siento peor, muerto entre los vivos. No he encontrado otra salida a este problema que la escritura. Preferiría no hacerlo, pero lo hago. Seguiré haciéndolo. Fracasaré mejor, porque nada personal tengo que decir, y lo que digo nunca será definitivo.
La filosofía sigue también acompañándole. ¿Hay un intento de superación?
No, no supero a nadie, soy un escritor chiquitito, un Jonás que preferiría no escribir. Me siento un epígono de mis maestros, con los que camino a diario de la mano. Sí sé que soy un bizarro lugar de encuentro de viejas literaturas y de algunas voces contemporáneas, que también suenan añejas, y que tienen en Spinoza quizás la clave del encaje. Soy un lector de clásicos. Borges. Quizás sea el escritor al que más le debo. Borges es para mí el escritor más importante que ha habido en nuestra lengua. Aunque sea Machado el que llevo en el corazón y quien me habla al oído.
Por último una pregunta más contextual. Asistimos a un 'boom' de publicaciones durante y tras la pandemia. ¿Hay un público para todo ello?
Hay gente para todo. Al entrar a una librería, a cualquiera le entran ganas de hacer un donoso escrutinio. Espero que nadie queme nunca mis libros, aunque sé que soy un escritor privado, en el sentido de Kierkegaard, y que no se me leerá demasiado. Quemé una vez una Biblia porque me parecía mal traducida, y no se abría camino en castellano. Todavía me duele. No tengo el valor de Pepe Carvalho, maese Nicolás y el licenciado Pedro Pérez, no quemaré ningún libro más. No obstante, creo que sí hay que defender las librerías de barrio. Y que los libreros deberían defender la literatura y a los escritores, ser “guardianes de la voz”. Que vendan los otros libros los centros comerciales y las plataformas de Internet.