La siguiente noticia fue publicada el sábado en el Diario de Castilla-La Mancha, en un artículo firmado por Carmen Bachiller: “Un sacerdote de Talavera de la Reina a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: 'Convertíos, Dios es el remedio' ”. “El video tiene ya más de 53.000 visualizaciones”, afirmaba al final la periodista. Esto hace evidente que, en una circunstancia de confinamiento, algunos mensajes tienden a viralizarse. Supe del mensaje parroquial por el periódico que dirige Pedro Rosado, quien ayer me publicó la carta abierta que transcribo. Añado al final tres párrafos en respuesta a una objeción que recibió mi carta; ellos explican el título de este artículo.
Carta abierta a D. Santiago Arellano, párroco en Talavera de la Reina.
El pasado viernes, 3 de abril, este periódico aludió a Ud. cuando publicó: “Un sacerdote de Talavera pide la conversión de Sánchez e Iglesias y que recristianicen España”. El video en el que Ud. difundió su mensaje, al momento de reproducirlo La Voz de Talavera, ya habría sido “visualizado por más de 40.000 personas.”
Al comentarlo con una persona amiga, nos surgieron unas preguntas para Ud.: ¿por qué tendrían que convertirse?, ¿por qué supone Ud. que alguien tenga que hacerlo?, ¿qué importancia tiene para Ud. la libertad de conciencia?, ¿admitiría Ud. que pueda ser buena persona alguien no católico?, ¿qué supondría recristianizar España?, ¿por qué considera que eso sería necesario para superar la pandemia?
Acaso una actitud más prudente -por mi parte- habría sido callar o, quizá, hacerle estas preguntas personalmente. Esto último no es posible porque estamos en situación de confinamiento. Prevalece, entonces, mi idea de que alguien con su responsabilidad, que abandona su púlpito sin distinguir entre las dimensiones de lo religioso y lo político, merece una respuesta. Por ello, escribo esto como un ejercicio de respeto a su persona y a las de quienes vieron su video.
Con independencia de su mayor o menor acierto al describir la religiosidad popular, sospecho que su propuesta adolece de al menos dos defectos: desconocer el marco jurídico actual y hacer una lectura sesgada de la historia de la Iglesia en España.
Su desconocimiento del marco normativo es doble: por una parte, de la Constitución vigente en un Estado laico, cuando afirma en su artículo 16: “Se garantiza la libertad religiosa y de culto. [...] Ninguna confesión tendrá carácter estatal.” Con éste -y los acuerdos de 1976 y 1979- queda derogado el art. 1 del Concordato firmado entre la Santa Sede y España en 1953, donde decía: “La religión católica, apostólica, romana sigue siendo la única de la Nación española y gozará de los derechos y de las prerrogativas que le corresponden en conformidad con la Ley Divina y el Derecho Canónico.”
Por otra parte, su propuesta no solo desconoce la Constitución estatal; tampoco parece respetar la Constitución pastoral de la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et Spess (1963), cuando afirma en su n. 76: “La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno”. En realidad, esto no era un modernismo, era aggiornar aquel: “Al César lo que es del César…” (Mt 22, 15-7).
Cabe la sospecha de que esa negación de artículos constitucionales: tanto estatales y políticos, como eclesiales y canónicos, puede basarse en una lectura sesgada de la historia reciente de la Iglesia en España.
D. Alberto Iniesta, que fuera obispo auxiliar del Cardenal Tarancón, destacaba que, antes de que se produjera la transición política española, se había producido –no sin dificultades- una transición eclesial provocada por el Concilio Ecuménico Vaticano II: los partidos y sindicatos se reunían en parroquias para organizar el período democrático abierto tras la muerte del dictador. Pero también sostenía que en el S. XX la Iglesia en España había cometido dos errores gravísimos: apoyar a la Falange primero y a Franco después.
Su propuesta para estos momentos de crisis: ¿pretende retrotraernos a la etapa nacional-católica, anterior a las dos transiciones? Le invito a pensar si no sería preciso que la Jerarquía eclesial hiciera una pública autocrítica por “no haber sido ministros de reconciliación en una Guerra entre hermanos”. Esta última fórmula, propuesta en 1971 en la Asamblea conjunta de obispos y sacerdotes, obtuvo el 58 % de votos a favor, pero no se hizo pública porque para ello se requería una mayoría de 67%.
Sin duda alguna, todos esperamos superar la crisis global provocada por un microbio. Mientras tanto, parece conveniente no confundir lo político con lo religioso, respetar a quienes tienen otros credos o no tienen ninguno, porque así lo establecen sendas constituciones. Se trata de construir un futuro mejor, no de volver a lo peor del pasado. (fin de la carta)
Debo admitir que la petición de autocrítica a la Iglesia no es un tema menor. En fechas previas y posteriores al alzamiento, unos 6.832 sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos había sido asesinados. Lo que evidentemente es condenable y puede explicar, sin llegar a justificar, la Carta Colectiva del 1 de julio de 1937 por la que la Iglesia bendijo al franquismo. El autor de la misma, el Cardenal Gomà, intentó publicar en 1939 otra carta en la que la Iglesia se mostraba dispuesta a perdonar y perdonaba, a pesar de la oposición de la Falange y del franquismo.
Pero, así como a veces la gratitud es recíproca, ocurre con frecuencia -entre personas e instituciones- que no basta con perdonar, sino que también es necesario pedir perdón. Esto último es lo que está pendiente desde 1971, o antes.
La autocrítica vaticana por condenar la ciencia de Galileo debió esperar tres siglos; por la apología de la Jerarquía eclesial española a la guerra y a la dictadura de Franco, entendemos que 83 años ya son suficientes. Al respecto, y considerando dónde se publicará este texto, creo conveniente transcribir a continuación un fragmento de la segunda carta que le escribí a D. Braulio, Arzobispo Emérito de Toledo, el 18 de febrero de 2014:
“Hannah Arendt por su parte, en La promesa de la política (2008: 94), destaca la originalidad de Jesús de Nazareth que -frente a la incertidumbre y falibilidad de la acción humana- propuso: `la gran audacia y el mérito incomparable de este concepto del perdón, como relación fundamental entre los seres humanos… (Por)que los hombres no saben lo que están haciendo con respecto a los otros, que pueden querer el bien y hacer el mal, y viceversa…(porque) el perdón pretende hacer lo que parece imposible, deshacer lo que ha sido hecho, y consigue establecer un nuevo comienzo allí donde los comienzos parecían haberse hecho imposibles0.”
Luis Fernando Rovetta Klyver, profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de Talavera de la Reina, de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM)