Tras casi veinte años de relación con el mundo científico, la bióloga toledana Celia Arroyo ha salido “del armario del bullying”. Así es como la investigadora denomina el paso al frente que la ha llevado a denunciar el acoso laboral sufrido durante su trayectoria profesional en este ámbito.
“En el 2018 tuve una catarsis. De repente salí y fue mi liberación. Yo soy una víctima y los que se tienen que avergonzar son ellos”, asegura en una entrevista con este diario. Hace apenas unos días, el Parlamento y la Comisión Europea desestimaban su petición para investigar el “acoso en el ámbito académico y de la investigación”.
Los contratos irregulares, el sabotaje de experimentos, las presiones o los insultos y amenazas son algunas de las prácticas que, según Arroyo, sufren estudiantes y becarios. “No puedo decir que sea algo generalizado pero tampoco que es un caso aislado. Tengo dos experiencias muy malas asociadas a dos periodos de tiempo largos: mi tesis y el postdoc”, cuenta.
“Desde que empecé a trabajar en ciencia, pude observar las situaciones de bullying hacia mi y hacia mis compañeros”, recalca. La andadura profesional de Arroyo arrancó cuando se licenció en 2002 y, tras las presiones de su jefe, decidió abandonar la investigación para dedicarse a la enseñanza.
“Vi tantas cosas que no me gustaban que decidí meterme en el sector de la educación y empecé a dar clases en la UCLM. Teníamos menos nivel de exigencia porque no tienes que investigar ni estar a la última”, cuenta. Sin embargo, en el 2008 la bióloga recibió una beca Marie Curie para realizar su tesis en Francia y decidió aceptarla.
“Allí comenzó otra vez mi pesadilla”, recuerda. Según relata Arroyo, sus compañeras la humillaban diariamente, en público y en privado, además de lanzarle “comentarios misóginos". "Estropearme experimentos, cambiarme los horarios… y aguanté tres meses", recalca.
“Cuando le comuniqué a mi jefe las razones de mi dimisión no pareció sorprendido y, tras hablar con ellas, el bullying finalizó”. Arroyo afirma que “él conocía la situación y decidió no hacer nada hasta que yo no pude más”.
La bióloga consiguió finalizar el doctorado y la tesis en 2015, siete años después de comenzar las prácticas ya que, tras el acoso laboral de sus compañeras comenzó el de su superior. “Me ignoraba. Yo lo he llamado 'el pasivo agresivo', porque no me contestaba a los emails y no me hacía ni feedback ni seguimiento de la tesis”, recuerda Arroyo.
En 2011 decidió denunciar esta situación ante la Defensora de Estudiantes de su universidad de origen en Madrid quien no pudo evitar que su tutor francés alargara la correción y firma de la tesis.
“Encontrar trabajo en ciencia depende de la titulación y de la carta de recomendación que tu jefe escribe sobre ti”
En 2015, esta bióloga toledana decida emigrar hasta Estados Unidos para trabajar en una investigación sobre el autismo y su relación con problemas gastrointestinales. “Queríamos conseguir que moléculas de un parásito ayudaran a mejorar el tránsito intestinal de las personas diagnosticadas con autismo”, explica.
A pesar de que el país americano cuenta con un mayor control laboral, esta experiencia profesional fue un nuevo “periplo” para Arroyo. “Mi jefa no quería hacerme el contrato que legalmente debía tener y, además, escribió cartas a posibles contratantes poniéndome verde, cargándose así mi carrera científica”, afirma Celia Arroyo.
Según la investigadora, el mundo científico se rige por “una competencia desleal”. “Los superiores son quienes te dejan publicar y quienes escriben las cartas de recomendación, totalmente necesarias para trabajar en este ámbito”. Celia Arroyo no duda en asegurar que encontrar un puesto en ciencia depende de la titulación “pero también de la carta que tu jefe escribe sobre ti”.
El nuevo #MeToo de la ciencia que no entiende de géneros
El testimonio de esta investigadora es un ejmplo de un tipo de acoso laboral que poco tiene que ver con el género ya que cualquier persona puede ser acosadora o acosada. “El ambiente científico conoce esta situación” y, según Arroyo, ninguna institución europea contempla su regulación.
Muchas fueron las trabajadoras de este ámbito que hace apenas un año alzaron la voz dando a conocer los abusos sexuales que habían sufrido. Respecto al tipo de acoso que señala Arroyo, todavía queda mucho por hacer aunque medios como The Guardian ya han empezado a destapar casos en Reino Unido.
“Los estudiantes no se atreven a denunciar, porque si lo hacen no te escriben la carta de recomendación o no públicas. Y quien no es un acosador tampoco porque no quieren más problemas”, asegura.
“La ciencia no merece la pena si caes en depresión”
Ante la indiferencia de las instituciones, y la falta de poder de otros organismos como los defensores de estudiantes o sindicatos, Celia Arroyo ha lanzado un blog en el que cuenta su historia y en el que espera que otras víctimas encuentren apoyo. “El acoso genera un problema psicológico enorme. Conozco a mucha gente en depresión por los abusos de la persona que tenían por encima. Esto es normal”, cuenta.
“Europa tiene documentos que hablan sobre el bullying en el trabajo pero no existe un reconocimiento específico del acoso en el ámbito científico. Descubres que realmente no hay una investigación detrás de las quejas” comenta Celia. “Me niego a aceptar que después de diez años sufriendo esto, no haya consecuencias", concluye.