Si recorrer Toledo de noche es un placer en todos los sentidos del que ya gozaban Buñuel, Lorca, Dalí, Alberti, en sus escapadas golfas desde aquella Residencia de estudiantes que acogió a nuestra edad de plata (nuestra segunda edad de oro), correr a pierna suelta a través de su laberinto de calles empinadas y monumentos vetustos cargados de Historia, con ánimo noctámbulo y poético, mezclando ese ejercicio bohemio con el no menos sano ejercicio del deporte, es una experiencia inolvidable y ya una "tradición". Una tradición benéfica que cada año cobra más fuerza y que se ha convertido en una de esas citas anuales a las que, Dios mediante y si el cuerpo aguanta, no se puede faltar.
Cada año acude más gente y en cada convocatoria resulta más festiva y cosmopolita la cita. Este año saludamos en el punto de partida a un argentino que había atravesado el Océano para correr por las calles de Toledo y absorber un poco de su magia nocturna. Que si Toledo es mágica de día, de noche ya entra en el ámbito de lo inefable.
No en vano fue en esta ciudad sincrética de tantas culturas, donde el mago Illán realizó altos estudios secretos y emprendió extraños viajes en el tiempo, cual nuncio de Einstein, y donde el sabio y heterodoxo marqués de Villena experimentó con todo y mezcló sabidurías de todos los orbes en sus adelantadas probetas.
Ya contemplar desde la misma salida en el puente de Azarquiel (otro sabio) allá en lo alto el Alcázar, punto de destino donde se sitúa la meta, resaltado por su iluminación fulgurante y como flotando en la noche toledana, abarcando el corredor con un solo golpe de vista el Alfa y el Omega de su hazaña, da al héroe ánimos para su empresa, porque lo que allí le espera semeja una joya de plata engarzada en terciopelo negro, una alta conquista que acabará en gozo, pero también en sudor. Y es que en estos octubres toledanos (este un poco más invernal), si te empeñas en escalar a la carrera sus empinadas calles, se suda. Quiérase o no. Año tras año. Se suda mucho y se sonríe mucho también. Esfuerzo y gozo, y mucha alegría en el ambiente.
Amenaza una lluvia fina que no se concreta ni va más allá de un amago; los primeros vientecillos frescos del otoño hacen su aparición y tensan en su punto justo los músculos de los héroes; algunas parejas se hacen arrumacos, o se trasmiten ánimos mientras se dan un beso; suena la música marcando ya los ritmos más energéticos, antes del pistoletazo de salida, y los corredores se avienen con todo porque la ocasión lo merece y para eso están allí: para disfrutar, corriendo, de esta singular ciudad.
Si Toledo es especial por su conformación y orografía, también lo es por la misma razón esta carrera toledana, que rinde honor a sus cuestas. Pero como todo lo que sube baja, cosa que además de por intuición se sabe por experiencia empírica, el corredor que asciende con duro esfuerzo la pendiente de sus cerros, sabe que allí arriba le aguarda el alivio, aunque sea breve de la bajada, en la que aprovecha para recomponer el cuerpo, recuperar el aliento, recibir los aplausos y ánimos de la concurrencia, y empaparse, alzando la vista, de la belleza que le rodea por doquier, porque correr la NOCTURNA de Toledo, es eso: correr rodeado de belleza y de historia, y por tanto, un lujo. Un subir y bajar que es una metáfora de la vida.
Digamos en general que no es una carrera para competir, salvo los esforzados campeones que a ello aspiran, sino para disfrutar. Las calles son muy estrechas en algunas partes, las encrucijadas diabólicas y el ritmo necesariamente fluctuante. Sin remedio la corriente humana se remansa en ciertos embudos urbanos, y más de una vez se hace necesario aclimatarse a ese hecho bajando el ritmo hasta casi parar, o incluso hay que ceder el paso como gesto de caballerosidad. Eso es correr con elegancia, celebrando la urbe, la urbanidad y la ciudad. En grata y cada vez más inmensa compañía.
Tengo que decir que el recorrido de este año me ha gustado. Enhorabuena a los organizadores. Se bordea el puente Alcántara y se sube por Gerardo Lobo, se discurre por el puente de la Cava y se vuelve por el puente de San Martín, se entra por la puerta de Cambrón y se sale por la de Bisagra, se atraviesa la plaza de toros (sin toros) y se pasa frente a la catedral y el ayuntamiento, y así hasta completar el laberinto de calles, puentes y plazas con la meta puesta en el Alcázar. En fin, se rinde un completo homenaje a una de las ciudades más bellas de España y casi del mundo. ¿Se puede pedir más?
La próxima, si pueden, no se la pierdan. Nosotros al menos intentaremos repetir. Y esperamos encontrarnos allí también de nuevo con Carmen Vega, nuestra ilustre campeona y amiga, que tantos secretos nos ha enseñado sobre el noble arte de correr.
¡Va por ti Carmen!
Lorenzo Sentenac Merchán