Dicen que la solidaridad es la ternura de los pueblos. Hoy quienes peleamos por la justicia social, por la libertad y por la democracia, debemos solidarizarnos con Brasil.
Hace unos días el fascista Bolsonaro ganó unas elecciones. Y las ganó democráticamente. El imperialismo ya no da golpes duros, pero la vieja idea del Imperialismo sigue las mismas fórmulas, ahora adaptadas al S.XXI, encarcelando a líderes mediante golpes judiciales. Como hicieron con Lula. Como quieren hacer con Cristina en Argentina. Lo intentaron en Venezuela. Lo están haciendo en Nicaragua.
La política del miedo, el odio al diferente, enfrentar a la misma clase, la guerra sucia y ataques callejeros por parte de los seguidores de Bolsonaro en todo Brasil, la ilícita campaña de la ultraderecha brasileña basada en las cadenas de noticias falsas en las redes sociales o los pactos de colaboración con los poderes fácticos. El modus operandi
Toda esa oleada conservadora en América Latina responde a un mismo producto: Trump.
A los demócratas en general, y la izquierda en particular, no nos tiene que sorprender que Trump y sus aliados en el continente como Duque y Piñera hayan salido raudos a felicitar a un racista, xenófobo y nostálgico de la dictadura militar tras ganar la segunda vuelta de las elecciones brasileñas.
La historia nos enseña que no es nada nuevo. Los gobiernos de Estados Unidos y su servicio secreto durante décadas se han encargado de aupar y sostener dictaduras como las de Batista, Pinochet, Videla, Fujimori o Somoza, quienes como buenos siervos, pusieron alfombra roja a la oligarquía y entregaron la soberanía de sus pueblos a cambio de protección y una parte de los jugosos beneficios que reportaba una tierra tan rica como América del Sur.
Si algo aprendimos en Europa en la segunda mitad del siglo pasado es que para ser demócrata hay que ser antifascista. No hay término medio.
Las izquierdas europeas tenemos un enorme reto: el de ser capaces de luchar contra el auge del fascismo, en las calles, en los centros de trabajo, en las universidades, desmontando el discurso del miedo y ofreciendo a la gente soluciones a sus problemas cotidianos, al paro, a la desigualdad, a la precariedad. Al fin y al cabo el fascismo es un instrumento más del proyecto capitalista, imperialista y racista que tienen las élites oligárquicas. Sólo la unión de los de abajo conseguirá combatirles.
La falsa premisa de la posmodernidad, negando no solo la virulencia y auge del fascismo, sino enfrentando a los sectores populares en la falsa disyuntiva del estatismo/alternativa debe ser rechazada, respondiendo que al fascismo no se le discute, se le combate con la fuerza de la razón en todos los ámbitos de la vida, a diario. Sin descanso.
Ahora más que nunca, debemos posicionarnos frente al fascismo, como demócratas y alentar a toda la izquierda a aprender de los errores y seguir peleando con determinación, como han hecho y harán todas aquellas fuerzas que convergieron en la candidatura de Fernando Haddad, por la defensa de los derechos sociales que tanto costaron conquistar, y que hoy peligran de nuevo, aquí también.
A la Europa de Salvini, Le Pen y Casado, del odio y del racismo hay que enfrentarle una Europa solidaria que debemos trabajar desde el municipalismo, desde los valores de la solidaridad, la igualdad y la justicia social.
Como decía Galeano: mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo. No perdamos la esperanza de poder hacerlo. En Europa nos lo jugamos todo.