Durante el confinamiento más estricto llevado a cabo en España tras declararse la pandemia de COVID-19, el colectivo de trabajadores y trabajadoras sociales fue declarado esencial por la vía de los hechos: no quedaba otra. Desde su papel en pueblos y ciudades ayudando a quienes más lo necesitaban, pronto comenzaron a alertar de que además de una emergencia sanitaria, nos encontrábamos ante una emergencia social. Así lo hemos visto en las denominadas ‘colas del hambre’ pero no se vivió, ni se vive igual en todas partes. En el medio rural, en los pueblos más pequeños, las cosas funcionan de otra manera, también cuando el enemigo es un virus y el trabajo social se convierte en un “todo”.
Esta situación se encontró Damián Rojas cuando estaba recopilando desde hacía años algunas historias sobre su profesión como trabajador social en el medio rural castellanomanchego. Y de ahí nació el libro ‘La buena gente’ (Alejandro Robledillo Ed.), no solo en homenaje a sus compañeros y compañeras de gremio, sino también a todas aquellas personas que peor lo pasaron, y lo siguen sufriendo, por su situación de exclusión social y vulnerabilidad.
Tras 24 años como funcionario del Gobierno regional en diferentes ámbitos de intervención, desde servicios sociales de atención primaria a atención a las personas mayores y a la dependencia, Rojas ha querido volcar en este conjunto de relatos más que lo vivido, lo que ha conocido. “Quizás ambas cosas”, sostiene, pero siempre con el objetivo también de divulgar una profesión que considera poco conocida y bastante estigmatizada.
‘La buena gente’ no es un tratado técnico ni científico sobre el trabajo social. “Son historias que con el paso del tiempo se fueron incrementando. Al principio solo las escribía para mí mismo, pero tras compartirlo con personas cercanas, me dijeron que tenía que darlo a conocer”. Es un libro sencillo, que habla de los servicios sociales “cotidianos” que cada día intentan ayudar a personas en momentos delicados de sus vidas. Todo ello en un entorno como es el medio rural, que “tiene una características especiales, sobre todo la falta de cobertura socio-sanitaria cercana”.
Además de los relatos, el autor dedica también una parte de la obra a explicar cómo se realiza esta profesión en los municipios más pequeños, aunque con el mensaje claro de que “al final, las personas y familias que más sufren están en todas partes”. También rinde tributo con ello a muchos colectivos profesionales como la policía, los comerciantes, los repartidores, los médicos, las enfermeras, los farmacéuticos o el personal de bancos y cajas, entre otros, cuyos oficios “es fundamental que no desaparezcan”. “Forman en el medio rural una red de coordinación que sería imposible en las ciudades y debe mantenerse para que puedan pervivir estos pueblos”, subraya.
Pero muchas de las historias que podido vivir y conocer no están en el libro. Ha tenido que descartar algunas “por su intensidad y su dureza”, aunque las que sí aparecen suponen “un impacto emocional muy grande”. Una de sus preferidas es la llamada “Pequeñas grandes coincidencias”, la historia de dos niños con Síndrome de Down que coinciden, casi con la misma edad, en el mismo tiempo en dos pueblos cercanos. “Ahí nos damos cuenta de lo importante que es afrontar la discapacidad por parte de las familias a la hora de trabajar con personas para conseguir su autonomía”. Considera asimismo que este tipo de relatos también evidencian la importancia de que el trabajo social no solo moviliza recursos y prestaciones, sino que también enseña a las familias a gestionar los suyos propios, es decir, a “autoayudarse”.
"No podemos dejar atrás a la gente"
Muchas de estas circunstancias humanas se vieron trastocadas por la pandemia. “Hay mucha gente que en crisis anteriores se busca la vida como podía porque no querían recurrir a los servicios sociales. Héroes que sobrevivían, malamente, como podían. Con la pandemia ni siquiera eso han podido hacerlo. Así es como han surgido las 'colas del hambre' y por eso continuamente estamos reivindicando que no podemos dejar atrás a la gente, y que detrás del los sanitarios hay una parte de trabajo social muy grande”.
Como defensor de los servicios públicos, cree que los efectos de los recortes en su profesión se verán a más largo plazo. Porque, por ejemplo, en el medio rural, “contamos con menos recursos que hace 15 años y esto es muy triste siendo una herramienta fundamental”. “Cuando una familia pasa necesidades, por mucha motivación y mucho acompañamiento que hagas, sin recursos no podemos hacer nada”. Afirma Damián Rojas que tras los recortes “brutales” de 2012, todavía no se ha recuperado buena parte de ellos. “Yo lo tengo claro, quiero pagar impuestos y tener un estado de bienestar que proteja a los más vulnerables, y eso no está pasando. No se está protegiendo a los más vulnerables”.
Se muestra igualmente crítico con la “extinción de la noche a la mañana” del Ingreso Mínimo de Solidaridad de Castilla-La Mancha, “dejando empantanados 10 meses de solicitudes”. “Fue vergonzoso. Sé de muchas personas que lo están pasando fatal sin un colchón de soporte. Los ERTE han sido un alivio para los trabajadores, pero no para las personas con trabajos precarios o sin trabajo. Y esa es la realidad que tenemos hoy en día”.
Con ‘La buena gente’ también ha querido dejar claro que en su profesión “no trabajamos con lo peor, sino con las personas a las que la vida les ha tratado mal”. Así quiere contribuir a borrar el estigma de aquellos que necesitan recurrir a los servicios sociales, al tiempo que rompe una lanza a favor de la solidaridad en los pueblos, frente a la "forma de vida individualista" de las ciudades. Es algo que se ha visto con la pandemia y que ha demostrado “la capacidad del medio rural para seguir adelante y afrontarlo”.