“No tengáis miedo. No venimos a pediros nada. Al contrario: venimos a daros de balde algunas cosas. Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas”, estas palabras se solían decir a los vecinos del pueblo antes de que las Misiones Pedagógicas comenzaran con sus actividades.
Las había redactado Manuel. B. Cossío, veterano pedagogo de la Institución Libre de Enseñanza y padre de una experiencia educativa única en la historia de nuestro país. La España de 1931 era una nación de abismos. Distancias abisales entre política y territorio; riqueza y miseria; ciudad y campo.
Tras la proclamación popular de la II República, el 14 de abril, el primer gobierno del nuevo régimen trató de reducir estas brechas que descosían al país. Aquella patria de nuestros mayores estaba poblada por cerca de 25 millones de personas, la mayoría vivía en zonas rurales y el analfabetismo alcanzaba al 40% de los ciudadanos.
El salario medio no superaba las cuatro pesetas y la esperanza de vida era de 50 años. Con aquellos mimbres, la República tenía mucho por hacer. Y una de las primeras tareas se forjó apenas unas semanas después. La antigua idea de Cossío de llevar Cultura y Educación a los pueblos y aldeas más abandonados, se hizo realidad con la creación del Patronato de las Misiones Pedagógicas.
Las bibliotecas llegaron a 55 pueblos de Albacete
Desde su comienzo, formaron parte personalidades como Antonio Machado, Pedro Salinas, Ramón Gaya, Rafael Casona, Luis Bello, Amparo Cebrián o Rodolfo Llopis. Más de 500 misioneros se enrolaron de forma voluntaria y altruista en esta aventura por la España rural. Tenían muy claro el propósito, “que la cultura llegue a los últimos rincones de la chozas, allí donde la oscuridad tiene su asiento, una ráfaga siquiera de las abundantes luces espirituales de que tan fácil y cómodamente disfrutan las urbes”.
Sembrar los pueblos de libros. Mujeres y hombres jóvenes, estudiantes, intelectuales, artistas, acompañados de veteranos maestros, recorrieron las comarcas más aisladas, en el desempeño de una obra de justicia social que también se vivió en decenas de pueblos de los que hoy es Castilla-La Mancha. Las Misiones Pedagógicas llevaron arte, teatro, cine, música y sembraron los pueblos de libros.
Entre las cinco provincias se crearon 291 bibliotecas. Como botón de muestra, en Albacete, se instalaron en 55 pueblos. Cada una disponía de cien volúmenes de varias materias y eran los propios maestros de las escuelas los que después gestionaban el préstamo de los libros para todos los vecinos.
La primera misión pedagógica de la región, en Navalcán, y fue la segunda de España
Hasta el año 1934, el Patronato de las Misiones Pedagógicas repartió por España 2.196.495 libros. A finales de enero de 1932 llegó la primera misión pedagógica a la región, la segunda de España. Tuvo lugar en Navalcán, (Toledo), aunque el grupo también visitó Parrillas, Velada y Gamonal.
Según contaron los propios misioneros en la memoria del Patronato, al principio fueron recibidos con incomprensión debido a “los manejos políticos”, pero “bien pronto su actuación deshace toda prevención, logra un favorable ambiente de cordialidad”.
La prensa nacional recogió el hecho. Esto comentaba la revista ilustrada 'Popular Film' sobre el acontecimiento: “Los maestros que forman la misión han hablado con sencillez y amor a los aldeanos”. El pueblo toledano fue visitado por el ministro socialista de Instrucción Pública, Fernando de los Ríos, quien había cogido el testigo de Marcelino Domingo.
En otro diario, 'Luz', se escribía lo que sigue: “Muchos navalqueños hace cuatro días que saben lo que es el cinematógrafo y el fonógrafo; los han visto y oído hace cuatro días por primera vez. Se los ha enseñado la Misión de maestros y estudiantes que anima doña María Luisa Navarro. Desde hace cuatro días hay títeres en el pueblo. Unos títeres nunca vistos en Navalcán. El pueblo está de fiestas, con alguna ráfaga de melancolía, como es siempre la observación del campesino: “Ustedes se irán – les dice el campesino a los animadores, estudiantes y maestros – ustedes se irán y se olvidarán de nosotros”. No; la República no se puede olvidar de la verdadera España, es decir de los pueblos”.
Valdepeñas de la Sierra o Campillo de Ranas, en lo más recóndito de la provincia de Guadalajara
Las proyecciones cinematográficas de las películas de Chaplin asombraban por igual en Toledo, en las Alpujarras o en Valdepeñas de la Sierra, en Guadalajara, donde llegó la tercera misión. Los ojos y las bocas abiertas ante un espectáculo que parecía venir de otra galaxia.
Los propios misioneros contaban que ellos mismos eran como extraterrestres para los vecinos de los pueblos y aldeas. Allí, en Valdepeñas, como en Campillo de Ranas y Condemios de Abajo, se estableció el servicio de música, otra de las actividades más atractivas. Allá por donde pasaba el Patronato, se regalaba un gramófono y discos para el municipio, un disfrute para aquellos que trabajaban de sol a sol y para los niños que apenas tenían tiempo de ir a la escuela. En la provincia de Guadalajara, hubo otras dos misiones: en la Serranía de Atienza y el Cardoso.
Pero actividades relacionadas con las Misiones hubo en casi cincuenta pueblos o aldeas, entre otros: Alpedrete de la Sierra, Puebla de Beleña, La Mierla, Tamajón, Cantalojas, Colmenar de la Sierra, Bocígano o Peñalba.
La triste fugacidad de 'El Teatro Ambulante', que se estrenó en tierras imperiales de Esquivias y Seseña, en Toledo, alcanzó además a Alovera, Uceda, Azuqueca de Henares o Chiloeches, entre otros municipios de Guadalajara. Junto al coro o los guiñoles, las interpretaciones teatrales y los romances también cautivaban a los vecinos. “Se pasó aquello y no volvimos a tener cine. Del cante, los cánticos y los romances sí, pues lo aprendiste y sigues”, este testimonio recogido en Valverde de los Arroyos(Guadalajara) por el investigador Alfredo Pérez detalla la triste fugacidad de las misiones.
Las Misiones Pedagógicas se desdibujaron con el Gobierno republicano de derechas
Porque con toda su brillantez y originalidad, las Misiones apenas duraron cuatro años, hacia 1935, con el nuevo gobierno republicano de derechas, fueron perdieron presupuesto y llegó la desmotivación de los misioneros. Pero antes de su ocaso, la experiencia se vivió también en Cuenca.
A la sierra de Beteta llegaría una joven que tiempo después sería muy conocida por sus libros, María Zambrano. Ella misma contaba: “La mañana se presenta lluviosa y fría. Pero no es lluvia tormentosa, de días anteriores, que abre esperanzas de gozar de buena tarde”. La profesora de historia, Clotilde Navarro, describió el impacto de las Misiones en la provincia conquense en un artículo de 1990. En su investigación cita otros pueblos beneficiarios de las actividades como Huertos de Moya, Cañizares o Masegosa.
Precisamente de Cuenca era el cineasta Guillermo Fernández López Zúñiga, quien junto a José Val del Omar y algún otro, recogieron testimonio visual de una aventura insólita que también arribó a Ciudad Real. No solo a pueblos como Alameda de Cervera o Puerto Lápice. En Puertollano se impartió uno de los cursillos pedagógicos que el Patronato había organizado para los maestros y maestras de los pueblos.
Esta formación era un complemento de continuidad a las propias Misiones. Y a los libros, el teatro, la música o el cine, se sumó el Museo Circulante. Réplicas de las grandes obras pictóricas del Museo del Prado que pudieron verse en los pueblos y que llenaron de inspiración y asombro a los vecinos.
Ante un Goya o un Greco, nuestros antepasados alucinaron al comprobar que eso se podía hacer con las manos. Las suyas, callosas y empobrecidas, estaban solo educadas en las duras faenas del campo. La huella de las Misiones Pedagógicas quedó en decenas de pueblos y aldeas de nuestra tierra y aunque el tiempo casi la borra de la historia; esta experiencia pervivió en la memoria de quienes de niños vieron llegar a forasteros con artilugios y papeles, con poemas en los labios, con un afán por enseñarles a disfrutar de la cultura. Tampoco los misioneros pudieron olvidar aquellos caminos y a los manchegos que los transitaban.
De esta forma se describía a las gentes de Valdepeñas de la Sierra, “todos conocían allí el sentido y finalidad de la Misión, la esperaban con entusiasmo y una cordial hospitalidad inolvidable. A la puesta del sol llegaban los misioneros, y antes de la cena ya unas trescientas personas presenciaban la primera sesión en el local de la escuela de niñas. De ella salió anudado el lazo de vaga simpatía que unió Misión y pueblo”. Luego llegó la Guerra Civil y todas las utopías se desvanecieron para siempre.