Javier Manzano
Quizás sea un buen momento para pensar en los sueños de un Casco Histórico más allá de franquicias, sotanas y coches. El 26 de noviembre se cumplió el XXX Aniversario de la Declaración de Toledo como Ciudad Patrimonio de la Humanidad, y en las próximas semanas andaremos de celebraciones, lo cual está muy bien siempre que sirva para dejar a un lado la autocomplacencia y la falta de ideas.
Mientras las urbanizaciones se multiplicaban, la ciudad se hacía cada vez más dispersa, el desarrollo del suelo industrial estaba paralizado, y PP y PSOE aprobaban un nuevo Plan de Ordenación con 66.000 nuevas viviendas a mayor gloria de la mafia local, un Casco Histórico único en el mundo veía cómo multitud de viviendas se desintegraban o se convertían en minúsculos apartamentos. Eran otros tiempos, en el Máster de Urbanismo que organiza el Ministerio de Administraciones Públicas se ponía a Toledo como ejemplo “de lo que no hay que hacer”, y entonces llegó 2008 y la crisis volvió a meter todos esos desarrollos urbanísticos insostenibles en el cajón.
El tiempo se detuvo, el precio de la vivienda comenzó a caer en toda España. Un precio del suelo y de la vivienda que en el Casco Histórico de Toledo pasó a ser el más caro de toda la provincia por el desplome general. Mientras esto sucedía nos encontrábamos con multitud de infraviviendas e inmuebles en estado ruinoso. Sin olvidar la tremenda concentración de la propiedad del suelo donde el 40% de la superficie total es de la Iglesia católica.
Así las cosas, la apuesta por el alquiler para jóvenes y la rehabilitación de viviendas con criterios sostenibles y de accesibilidad, no ha sido una prioridad ni para la Junta de Comunidades, ni para el gobierno central, ni para el Consorcio de la Ciudad de Toledo. Un Consorcio que, por cierto, no parece abandonar el coma inducido.
Pero más allá de la realidad física, el marco, el paisaje, está la vida de unas 10.500 personas que habitan un lugar donde es mucho más fácil comprar una ballesta que unos zapatos. Un sitio maravilloso que recibe en torno a 3 millones de turistas al año, donde estaría bien que una nueva declaración de la UNESCO incluyera que son necesarios más puntos de reciclado, que avanzásemos en la peatonalización, que mimásemos los parques infantiles y los espacios públicos.
Tendríamos que marcar ya como esencial que el barrio del Casco Histórico se proyectara como un espacio amable y de calidad, negándonos a que abandone su vocación residencial en favor de usos terciarios, o de un proceso de tematización turística al que habría que poner límites. La defensa de los residentes y la reivindicación del Casco como lugar habitable como parte del atractivo que tiene nuestra ciudad Patrimonio de la Humanidad.
En cualquier caso, posiblemente haya varios Cascos Históricos de Toledo. El mío pasa por la Sinagoga del Tránsito, la Catedral con su Calle Karl Marx (actual Arco de Palacio) y el Matadero Lab del IES Sefarad; la Mezquita del Cristo de la Luz, el Colegio Público San Lucas y María y el Cineclub del Teatro Rojas; la Roca Tarpeya de Victorio Macho y la Real Fundación, la Iglesia de San Andrés, las escaleras mecánicas y el Bar El Internacional; Santa María la Blanca, la Biblioteca del Alcázar; la Escuela de Traductores, las riberas del Tajo, Zocodover y los parques, la Iglesia de los Jesuitas…Un espacio único que tiende a infinito, donde los niños todavía juegan en la calle, y algo parecido al amor se pasea por la noche en los miradores de Virgen de Gracia o San Cristóbal.
Y sí, estoy muy a gusto viviendo en el Casco Histórico de Toledo al lado de una de las diez casas donde los hermanos Bécquer residieron tres meses, tengo hijos pequeños y creo que “por dónde empezar y qué se debe hacer son la cuestiones clave”. Celebremos, pues.