Son ya varios los meses que desde los colectivos LGTBI venimos denunciando, en medios y ante los organismos pertinentes, la necesidad de poner el foco en las acciones de odio puestas en práctica desde partidos que atienden a lógicas ideológicas y organizativas que nos retrotraen a otros tiempos y que atentan directamente contra los derechos de los niños y las niñas, así como la Escuela Pública.
Durante estos días podemos asistir a sesudos debates. Sin ir más lejos en un conocido programa de televisión el señor Inda ha comparado esta cuestión con aquellas familias que no quieren educar a sus hijas e hijos en ambientes donde la tauromaquia sea un ejemplo a seguir. Señor Inda: soy fiel defensora de los derechos animales, pero déjeme decirle que lo que estamos poniendo sobre la mesa son Derechos Humanos, como puede comprobar, nada que ver.
Este es un pequeño ejemplo de cómo los medios se sirven de cualquier sensacionalismo para virar el debate a lo insustancial del mismo y para poner el acento en problemáticas que saben generan enfrentamiento. Siguen nutriéndose de las heridas abiertas que poco o nada tienen que ver con los verdaderos temas que este debate encierra y quieren solapar.
Lejos de hacer un sesudo análisis de aquello que “no hablamos” pero subyace a los discursos cruzados de estos días, me gustaría poner sobre estas líneas algunas grietas que quieren ocultarnos y que serían sobre las que se debería construir este debate, pues son las que ponen de manifiesto aquellas estructuras de poder que debemos revisar y cuestionar.
Así pues, lo primero que viene a la mente estos días, mientras escucho y leo mediciones de longitud de uno y otro lado, es el eterno cuestionamiento a la Educación Pública. Creo que no es necesario aclarar que, en nuestro país, sea por costumbre o por “religión” (puestas a hablar de adoctrinar) las clases más conservadoras siempre han apostado por una educación en la que pudieran decidir de manera directa sobre los contenidos que sus hijas e hijos iban a abordar, esto ya se da y se viene dando desde hace años en la Escuela Privada y Concertada. Por lo tanto, primer debate que quieren eludir: el deseo implícito de gestionar la Educación en detrimento de la Escuela Pública para ir dándole más peso a la Privada y Concertada, intentando implementar en la primera formas y modos propios de las segundas.
Este sería uno de los debates a plantear a las instituciones y órganos pertinentes a la hora de abordar la problemática que nos ocupa, pues es una cuestión que va más allá y tiene que ver con el origen de nuestro sistema Educativo Público y la finalidad del mismo, formar a las personas independientemente de su nacionalidad, raza, identidad, sexo etc.
Continuando con la visibilización de las grietas, otra de ellas es la que tiene que ver con los derechos de la niña y el niño, recogidos para más información en la Declaración de Derechos del Niño. En esta Declaración queda totalmente aclarado que debe primar el interés superior de estos, así como que se les debe educar protegiéndolos de prácticas que pudieran generar cualquier tipo de exclusión además de propiciar una educación que les permitan desarrollar aptitudes y juicio individual, siendo todo esto responsabilidad en primera instancia de los padres. Entonces, yo me pregunto ¿son responsables aquellos padres que quieren coartar la educación de sus hijas e hijos, cuando actúan contra la base que sustenta los derechos de sus hijas e hijos?
Podríamos seguir evidenciando más grietas, pero me parece fundamental que las instituciones y organismos públicos comiencen a abordar la realidad del debate. Uno en el que se pone de manifiesto, de nuevo, la sociedad adulto-centrista y heteronormativa en la que se pone en juego nuestra Escuela Pública. Porque ¿alguien le ha preguntado a alguna de esas niñas y niños qué quieren? ¿alguien les ha preguntado si se identifican con la heterosexualidad impuesta?
Si no tenemos en cuenta qué quieren nuestras niñas y niños, jamás podremos saber si nuestra sociedad avanza o retrocede.