“Ya tengo que parar”, dice Diana Rodrigo al concedernos una de sus últimas entrevistas para promocionar su poemario ‘Devorador de almas’, en el que cuenta, a través de versos repletos de sentimiento y recuerdos, su experiencia como víctima de la violencia machista. Tras casi seis meses desde su publicación, esta poeta y vecina de Miguelturra (Ciudad Real) ha participado en este tiempo en numerosas presentaciones y coloquios sobre su obra, por lo que ha tenido que revivir, no solo los tiempos en los que sufrió el maltrato por parte de su pareja, hace ya diez años, sino también cómo convirtió en libro lo que empezaron siendo diarios que escribía escondida de su pareja y que ocultó durante años. Hasta ahora.
Pese a estar exhausta por la promoción y los coloquios, se encuentra agradecida y llena de emociones. Por el apoyo recibido y por las muestras de cariño de “tantísima gente” después de presentarlo en varias localidades “para que pueda a ayudar mujeres de distintos sitios”. “Ha sido un ritmo vertiginoso y aunque lo que tengo es una cicatriz, de tanto hablar de ello, si la rascas, sangra”. Intercalamos su valioso testimonio con algunos versos de su libro, con la expresión poética que nació de ese dolor:
"¿Qué sabía de ti? / ¿Qué hálito me empujó al borde del mar / donde crecen navíos dentro de caracolas?
¿Qué tacto conocido / llenó mi piel de ruina?
¿Qué certeza en tus ojos, / apenas conocerte, me dio fe?
Anhelante de olvido, abro la tierra / dejando en los guijarros los recuerdos / y la inerte materia que nos une.
Porque es mejor el ser indiferente / que arrastrar el rencor hasta desfallecer."
Diana tiene 43 años y hace diez vivió una pesadilla. Comenzó de manera muy sutil, como sucede en muchos casos de maltrato. Su pareja era una persona “muy encantadora pero muy narcisista”, que poco a poco “se fue transformando en lo que acabó siendo: un devorador de almas”. La manipulación a la que sometió sus emociones y sus hechos, el abuso físico y emocional, hicieron que al final su autoestima prácticamente desapareciera.
“Me pilló muy joven y fue durante mucho tiempo. Poco a poco intuía que eso no era normal, pero, como estamos educadas en un sistema patriarcal en el que se obliga a la mujer a que sea sumisa al varón, independientemente de que sea tu pareja, tu padre o tu jefe, al final sientes que le debes obediencia y piensas que lo que te pasa es normal. Y luego ves que no, que las faltas de respeto, el empujón y frases como ‘tú sin mí no eres nada’ son palabras cotidianas que te destrozan”, explica.
No quiere Diana Rodrigo hablar de diferencias entre violencias. “Todo tipo de violencia que se ha ejercido sobre mi persona fue violencia sin más. La herida, el trauma y la depresión han sido enormes, y aunque aprendes a vivir con ello, ese daño se queda ahí para siempre. Y todo es por la violencia que sufrí”.
"En medio de la calle, / me encuentro detenida / como un niño perdido.
La soledad / —multiplicada por tu ausencia— / es mi presente, / pero no tengo aliento / para emprender la huida.
La tristeza absoluta / apresa mi garganta, / y un enjambre de besos invisibles / se escapa de mi boca.
Pero mis cicatrices aún están recientes / y no me dejan caminar."
Tras mucho tiempo, comenzó a querer liberarse de la situación tras verse sometida a hacer “una serie de cosas que no quería hacer”. Su pareja le decía qué ponerse, qué hacer, lo que sumado a “enfados brutales” y al hecho de que “solo poder llorar dentro de un armario” provocaron que quisiera romper. “Después te das cuenta de que en el resto de parejas eso no es habitual. Me aferré a mi familia. Y ahí es cuando te das cuenta de que arrastras esa pena y te pones en manos de especialistas. Ahí es cuando te dicen ‘esto que te pasa en tu casa, en tu vida diaria, en tu convivencia se llama así’, violencia de género”.
Su refugio en los años que duró esa relación lo encontró en la literatura y en la poesía, y gracias a eso y a su familia, “hoy estoy viva y soy persona”. “Este libro lo he tenido escondido, como lo escribí a escondidas, para mi supervivencia. De hecho, lo he sacado y mi madre no sabía todo por lo que yo había pasado”, nos cuenta. Parte de esta exposición de sentimientos en el rescate de este poemario oculto también la achaca a la pandemia, que “hizo que nos enfrentáramos a nuestros miedos y a nosotros mismos”.
"Y con mi dolor, ¿qué pasa?"
Ha conseguido ver su experiencia desde la distancia, con una nueva pareja -“aprendiendo lo que es un amor equitativo”- y con su hijo. Así se siente “un poco a salvo” tras haber recibido amenazas de muerte de su expareja y de su familia. Nunca dice el nombre y apellidos de su maltratador por su seguridad. “Si me pasa algo, en mi entorno saben quién es”. De hecho, precisa que cuando vio lo que pasaba y decidió que quería salir de ahí, mostró sus versos a un amigo común y este último le dijo: “No lo publiques nunca porque le vas a hacer daño”. Ella contestó: “¿Y con mi color qué pasa?”.
“Al sentirme a salvo, yo quería ayudar de alguna manera. Él llegó a decirme que ni perdonaría ni olvidaría, pero después de estar muchos años guardado, decidí sacarlo adelante. Ahora estamos en la segunda edición y hay muchos colectivos y Centros de la Mujer que quieren que cuente mi experiencia. Pero yo ya paro una temporada porque estoy muy removida. El cariño de la gente ha sido maravilloso, pero necesito parar un tiempo. Habrá muchas experiencias, yo no hablo en nombre de nadie, pero esa ha sido la mía, esta fue la violencia que sufrí”, concluye.
"El odio me desviste del amor.
Siluetas de papel / se entrelazan conmigo / en un macabro baile de desdenes.
Tus palabras -coléricas espinas- / fueron trampa sutil / adornándolo todo, / un rumor de ponzoña sin antídoto, / un cáncer que extirpar.
La luna siseando resplandores, tu silueta. / Yo era algo para amar y algo que destruir.
Clavaste en mí tus garras, / ambas pequeñas muertes / que fueron claudicando mi costado.
Pero nunca llegaste a ser mi yugo. / Ahora mis heridas palidecen / y a mi vientre se ciñe la esperanza."