En 1634, un conquense triunfó en la Corte de Felipe IV con su música. Se convirtió en maestro de capilla del rey y eso, en la práctica, suponía decidir lo que se escuchaba en las grandes ceremonias reales, ya fuera en la iglesia o en las fiestas cortesanas.
Carlos Patiño (Santa María del Campo Rus, Cuenca, 1600 - Madrid, 1675) marcó el compás (musical) de la época, rompió moldes y consiguió convertir al monarca en un ‘fan’ que no quería que su músico de cabecera se jubilara.
Fue uno de los grandes de las artes del siglo XVII junto a Velázquez o Calderón de la Barca y, sin embargo, es todo un desconocido si exceptuamos a los especialistas.
En 2021, La Grande Chapelle publicó Carlos Patiño (1600-1675). Música sacra para la Corte, bajo la dirección de Albert Recasens. “Nuestro objetivo es llamar a atención sobre los maestros de la historia de la música española. Carlos Patiño es uno de los grandes del siglo XVII y era necesario grabar un monográfico sobre uno de los estilos que más dominaba, el policoral”.
Patiño era un maestro al que le gustaba confrontar dos o más coros en su música barroca de grandes contrastes sonoros, explica Recasens. “Nos centramos en música religiosa en latín. Es un disco muy homogéneo con obras muy importantes a dos o tres coros y en latín, con fuentes españolas recogidas en varias catedrales de la Península”.
Cuenta que Carlos Patiño “escribía música para dar solemnidad a las ceremonias de la corte española” y que debió coincidir con Velázquez que era el pintor de Felipe IV o con otros grandes de la época que, como Calderón de la Barca, “trabajaban en el entorno de palacio”.
“Patiño estableció en España un estilo barroco de transición entre los compositores franco flamencos y un barroco puramente español de naturaleza quizá más severa pero igualmente graciosa”, apostilla Juan José Pastor, co-director del Centro de Investigación y Documentación Musical (CIDoM), dependiente de la Universidad de Castilla-La Mancha.
Hoy desde su pueblo natal, Santa María del Campo Rus reivindican a esta “figura olvidada”. Quién lo ha puesto sobre la mesa es Jesús Patiño que, a pesar de su apellido, no tiene constancia de vínculos familiares directos con el gran compositor conquense. Este abogado e impulsor del ‘Manifiesto por Cuenca’, un movimiento que lucha contra la despoblación, tiene sus orígenes familiares en el mismo pueblo natal del compositor, Santa María del Campo Rus.
“Lo hago por mi pueblo y también por Cuenca. Forma parte de mi interés en lo rural. Aquí nació Carlos Patiño y también murió Jorge Manrique. En su día fue una zona importante. En realidad, la historia de España es la de los pueblos y ahora lo hemos olvidado”.
Carlos Patiño no fue el hijo primogénito destinado a heredar la hacienda paterna, así que su camino apuntó hacia la iglesia. Primero en su pueblo y después en Sevilla, donde se formó. “Con apenas doce años fue mozo de coro. Sabemos que tuvo muy buenos maestros, entre ellos el magnífico compositor Alonso Lobo o el carmelita portugués fray Francisco de Santiago”.
En 1623 inició su carrera profesional, tras ganar una oposición como maestro de capilla en la iglesia del Sagrario de la catedral de Sevilla. Ya 1628 opositó al magisterio de capilla de la catedral de Salamanca, pero no logró triunfar allí así que partió hacia Madrid y ganó la vacante en la capilla del Real Monasterio de la Encarnación, muy cerca del Palacio Real.
Terminaría al frente de la Real Capilla que en España estaba copada por músicos de Flandes tras la unión dinástica que enlazó las casas reales de los Habsburgo y Borgoña con las de Castilla y Aragón en 1496.
“Se creó entonces La Grande Chapelle, en francés, el origen de nuestro nombre. La tradición marcaba que la mayoría de cantantes y maestros eran nacidos en Flandes, reclutados y formados en Madrid. Carlos Patiño fue el primero en romper esa dinámica cuando en 1634 fue nombrado, contra todas las previsiones el maestro de la Real Capilla”, explica Albert Recasens.
Tras la jubilación de Mateo Romero, ‘el Maestro Capitán’, Patiño se convirtió en el primero en romper la tradición. “Tenía méritos de sobra, pero también le beneficiaron ciertos movimientos en la corte propiciados por el valido de Felipe IV, el conde-duque de Olivares. Fue un nombramiento impopular y generó quejas del influyente ‘Discreto de Palacio’, el poeta Antonio Hurtado de Mendoza. Incluso el propio Maestro Capitán vio con recelo a su sucesor y de él llegó a afirmar que era un músico de poco donaire”, explica el musicólogo y crítico Pablo L. Rodríguez.
“Su perfil fue atípico porque hasta el momento todos los maestros eran extranjeros. Eso nos demuestra que fue un gran compositor que conocía muy bien la polifonía europea, esa tradición flamenca que dominaba en todas las cortes europeas y que consiguió unirlo a la tradición hispana de las catedrales donde prevalece la solemnidad y hay un interés muy vivo por el texto”, añade Albert Recasens.
“Lo significativo del maestro Patiño es que no era un músico de corte y su formación la había heredado de Francisco Guerrero, Cristóbal de Morales o Tomás Luis de Victoria, con una música puramente hispánica. Lo que él hace es un trabajo de fusión”, añade Pastor.
Componía en latín, pero también en castellano cuando se centraba, por ejemplo, en los villancicos (muy distintos a los que hoy se cantan en Navidad). “Cuando llegó a la Corte adaptó su forma de escribir, basada en una polifónica española más austera y consolidada, y la enriquece con los gustos barrocos de la policoralidad. Eso marcó el camino para el futuro”.
Contaba con la admiración del rey, hasta el punto de que cuando a los 60 años, una edad avanzada para la época, le planteó retirarse solo recibió la negativa de Felipe IV. “Admiraba su música, tal como dejó por escrito en su respuesta: ”No acepto [jubilarlo] porque me produce mucha satisfacción y agrado su ciencia de la música… que continúe en su ministerio esperando que tenga salud para poderlo hacer“, detalla el musicólogo Pablo L. Rodríguez en el libreto del primer CD que La Grande Chapelle dedicó a Patiño.
“Desde muy pequeño había destacado y lo sabemos por las cartas del rey Juan IV de Portugal, un rey melómano y músico que recogió para sí toda aquella música que le parecía interesante”, relata Juan José Pastor. Carlos Patiño le había conocido años antes, a través de uno de sus mentores en Sevilla, Fray Francisco de Santiago. “Por sus cartas sabemos que pedía a sus nobles que le llevasen obras de Patiño. De hecho, en Lisboa se conservaron más de 70 de ellas. Todas, menos cuatro se perdieron en el terremoto de 1755”.
Uno de los factores en el desconocimiento del compositor radica, según el co-director del CIDoM “en el estado en el que se ha conservado su obra. Hay unas 120 que se conozcan, pero teníamos noticias de muchísimas más”. Algunas se quemaron en el incendio del Real Alcázar de Madrid en 1734 que afectó al archivo musical de la Real Capilla.
Las obras principales en latín de Carlos Patiño se conservan hoy en el Monasterio de El Escorial por expreso deseo de Felipe IV en su testamento. No fue solo por el aprecio del monarca al músico conquense, sino también porque en aquel entonces no había imprenta de música en la corte madrileña, apunta Pablo L. Rodríguez.
“Tiene una obra extensa, de calidad fantástica. Fue un maestro muy reconocido en la época, una figura de primer orden y sus obras se conservaron en la mayoría de las catedrales españolas y también en las de Sudamérica”, comenta Recasens. Pueden encontrarse sobre todo en Toledo, Segovia o Valladolid. Además de las composiciones religiosas se conservan 12 tonos, las piezas no religiosas o profanas del Barroco español.
Un segundo CD sobre Carlos Patiño para otoño, grabado en Toledo
El próximo otoño verá la luz el segundo CD que La Grande Chapelle dedica al músico y compositor conquense Carlos Patiño. Se grabó el pasado mes de septiembre en el Real Convento de Santo Domingo de Toledo. “Me encantaría presentarlo allí o en Cuenca”, reconoce. La propia catedral toledana custodia varias obras de Carlos Patiño. “Es uno de los fondos más ricos de España”.
En esta ocasión, se centrará en el repertorio en lengua romance (castellano). Incluye música sacra, pero también profana como sus villancicos. “Será muy novedoso porque ofrece una faceta más cercana de un Carlos Patiño muy moderno que integra toda la tradición barroca procedente de Italia, que mueve a los afectos y es sorprendente”, explica Albert Recasens. Quiere ser un complemento al primer trabajo, aunque ahora en un formato “más pequeño a cuatro o cinco voces”.
El trabajo de La Grande Chapelle es el segundo en España después de que, en el año 2000, la Sociedad Española de Musicología publicase una primera referencia, coincidiendo con el cuarto centenario del nacimiento de Patiño.
“Fue un trabajo de cuatro volúmenes con mucho valor realizado por Lothar Siemens, un musicólogo canario de gran prestigio al que debemos muchas transcripciones”, comenta Recasens, al que se suma el disco grabado por el Coro Exaudi junto a María Felicia, en La Habana, en el año 2003. “En todo este tiempo se han descubierto nuevas fuentes, la musicología nos va aportando más información”.
El trabajo de La Grande Chapelle en torno a la figura de Patiño es “integral” y va desde la investigación, la transcripción de las obras más desconocidas, a la publicación de la propia música para su difusión a todos los públicos. “Creo mucho en la democratización de la cultura. Es muy interesante la difusión que hoy nos permiten las plataformas de una música que antaño se reservaba para la Corte y la aristocracia”.
“La música hispana tiene problemas de difusión, también en España”
¿Qué música se escuchaba en la época de Velázquez? ¿Cómo sonaban los bajones o los sacabuches? Es algo que hasta ahora parece reservado solo a especialistas o a melómanos, pero no llega al gran público.
“En general la música hispana tiene problemas de difusión y, por supuesto, fuera de España, en los grandes ciclos europeos”, lamenta Recasens. “Lo vivo en propias carnes. Cuando propongo a maestros más allá de Tomás Ruiz de Victoria o Cristóbal de Morales y vamos a grandes autores como Sebastián Durón, Juan Hidalgo o el propio Carlos Patiño los organizadores fruncen el ceño. Hay un gran desconocimiento de nuestro patrimonio fuera de España. Y lo flagrante es que eso también lo tenemos en casa”.
Una opinión en la que coincide Juan José Pastor. “Nosotros estamos trabajando en catedrales como las de Cuenca o Toledo y vemos la gran cantidad de música que está allí dormida. Es necesario catalogarla, describirla y presentarla, además de publicarla. Lo estamos haciendo”.
El director de La Grande Chapelle reconoce el “esfuerzo” de algunos festivales en España que “nos animan a programar este tipo de música” pero, advierte, “todavía hay instituciones que son muy parciales: todo lo que suene al gran mainstream europeo [se refiere a lo más convencional, en particular autores del Romanticismo] entra en la programación de los grandes auditorios, pero dejan como residual a la música española”.
Albert Recasens cree que “a este tipo de música le falta visibilidad y una apuesta decidida por parte de las administraciones. Quizá los programadores no sean conscientes de que hay todo un repertorio para dar a conocer” y defiende que “forma también parte de nuestra memoria histórica y hay decenas de músicos de los que no disponemos de partituras modernas”.
Por eso afirma que “hace falta investigación, hacer selección e inventario y buscar intérpretes con instrumentos de la época para que suene de forma fidedigna. Es lento, es costoso, pero es que hasta ahora esta música ha quedado relegada y fuera de los grandes auditorios”.
Pastor recuerda también que “el turismo ahora busca nuevos incentivos y uno de ellos es el patrimonio cultural. Si disfrutamos de la gastronomía regional, ¿por qué no escuchar su historia a través de los compositores”.