Sostiene el escritor Óscar Esquivias que es «dueño de miles de libros y discos, pero no los tengo en casa». Y ni miente ni exagera. Y nosotros tampoco exageramos ni mentimos si suscribimos sus palabras. Él se refiere a la biblioteca que frecuenta, yo a la Red de Bibliotecas de Castilla-La Mancha. Cada usuario o usuaria de nuestras bibliotecas posee miles y miles de libros, discos o películas que no tiene en casa, pero están siempre a su disposición en cientos de anaqueles y vitrinas.
Las bibliotecas existen desde hace tantísimos siglos —como la de Alejandría o Pérgamo— que podríamos pensar que es una obviedad hablar de la gratuidad de tomar en préstamo sus fondos, pero no siempre ha sido así. La primera biblioteca pública completamente gratuita de España data de la década de 1830, hace ciento noventa años, casi nada si tenemos en cuenta cuándo nacieron los libros. Hoy, nuestra región, puede presumir de que hay una biblioteca pública —y gratuita, por supuesto— en toda localidad castellanomanchega con más de mil habitantes, o bibliobuses u otros métodos para aquellos pueblos con menos población, por lo que las bibliotecas se han convertido en un elemento fijo del panorama cultural castellano-manchego.
Desde 1830, las bibliotecas públicas han cambiado mucho. Quien hace uso de ellas sabe que tomar prestados libros, discos o películas es tan habitual como llevarse juegos, utilizar ordenadores, conectarse a internet, ver exposiciones, asistir a clubes de lectura o cine o leer la prensa del día o atrasada. Es cierto que, durante este año, debido a la situación sanitaria que vivimos, las bibliotecas han sufrido un golpe duro, pero estas se han adaptado y se están adaptando en métodos y en seguridad. Si hace un año celebraba su supervivencia ante —o contra— tantas opciones que ofrece la sociedad, en este día Internacional de las Bibliotecas lo celebro doblemente porque, si han conseguido abrir sus puertas y reponerse, auguro que las bibliotecas seguirán con nosotros por muchos años.
Bibliotecarias y bibliotecarios de toda la región han sido indiscutibles guardianas y guardianes de sus castillos y los están protegiendo con más ímpetu, si cabe, que como hacían hasta el comienzo de la pandemia. Estas y estos guardianes del conocimiento siguen realizando su trabajo con la más absoluta profesionalidad tal y como hacían antes, siendo docentes fortuitos, psicólogos improvisados, restauradores altruistas, críticos literarios accidentales o, incluso, economistas filántropos; seguirán reinventado maneras de animar a la lectura, ya sea individualmente o como clubes —seña de identidad de nuestras bibliotecas—; proponiendo talleres literarios; ofreciendo conferencias y presentaciones de libros; coordinándose con los centros educativos de la localidad para promocionar no solo la lectura sino la cultura en general; y llevando a cabo un sinfín de ideas magníficas que les vienen a sus cabezas y que comparten con sus colegas de profesión, convirtiendo la Red en una verdadera red de comunicación bibliotecaria. Las Bibliotecas crecen, avanzan, actúan. Viven y se mueven en el siglo XXI, en la virtualidad, ofreciendo los servicios en línea desde hace tiempo y digitalizando el patrimonio documental y bibliográfico con el fin de conservar el pasado en el futuro.
Un día como hoy de hace veintiocho años, ardió la Biblioteca de Sarajevo y, para no olvidarlo, desde hace veintitrés años recordamos ese día para que no le vuelva a suceder a ninguna biblioteca más. Por eso hoy celebramos el Día Mundial de las Bibliotecas, para no caer en el “memoricidio”, ya sea prendiendo fuego a los lugares donde viven los libros u olvidándonos de ellos. Gracias a todos aquellos que formáis parte del universo bibliotecario, gracias por vuestra entrega, por el mantenimiento y protección, por su uso y difusión, por el amor a los libros y la cultura. Por defender —como llama Óscar Esquivias— «esos edificios simpáticos que carecen de taquilla».
Artículo de la consejera de Educación, Cultura y Deportes, Rosa Ana Rodríguez, con motivo del Día de las Bibliotecas