Siempre me he considerado feminista, creo que hay suficientes elementos como para pensar que hoy, aún en pleno siglo XXI, sigue habiendo hechos que nos hacen concluir que las mujeres estamos ante una posición de desigualdad. Porque sí, hay una violencia contra las mujeres por unos hombres que se creen superiores; sí, hay agresiones sexuales contra las mujeres y no contra los hombres; y sí, también todavía somos las mujeres en mayor porcentaje las que pedimos reducciones de jornada por cuidado de familiares, las que preferimos contratos de medias jornadas, las que seguimos en mayor medida llevando la carga de las tareas domésticas, y las que todavía en menor medida nos encontramos presentes en ciertas escalas profesionales. Eso es así lo cuenten como lo cuenten, y todo esto sin salir de nuestro primer mundo, porque si hablamos del resto, la evidencia es absoluta.
Pero ser feminista no significa entrar en el juego idiotizante de la izquierda actual española que, mientras hablan de la revolución de las mujeres, se graba vídeos de cumpleaños con tartas, como si montar fiestas de instituto entre las maderas de un ministerio solucionara los problemas de las mujeres reales.
Términos como “binarismo patriarcal”, “revictimizar” o que el 8M sea una fecha para ir contra el “colonialismo racista” no sólo son absurdos lingüísticos inventados, sino que es la creación de un lenguaje excluyente que tiene como objetivo construir una ideología en torno al género que hace que a muchos de las y los que sienten que efectivamente hay que seguir trabajando para conseguir la igualdad, les resulte muy difícil adoptar el término feminista porque les rechina.
Es cierto que quizás no lo hemos todo lo bien que debíamos muchas mujeres y hombres que llevamos años defendiendo que existe un feminismo que no pretende colectivizar a las mujeres, que no impone ideológicamente lo que tenemos que pensar y que no concibe la sociedad con sólo blancos y negros, sino que los ciudadanos somos más poliédricos que todo eso y que podemos ser abiertamente feministas pero no anti-capitalistas, no pro-abortistas y contrarios a que las de un lado tengan que decidir qué tenemos que pensar y qué tenemos que hacer con nuestra vida.
A mis hijas las estoy educando para que cuando sean adultas sean mujeres libres e independientes. Mujeres lo suficientemente formadas como para poder decidir por ellas mismas qué camino han de tomar. Porque yo quiero que mis hijas vuelvan a casa solas o acompañadas, pero no borrachas. Las quiero plenamente conscientes para poder decidir por ellas mismas, las quiero mujeres responsables de sus actos. Las quiero mujeres que no se sientan oprimidas por una supuesta sociedad en la que los heteropatriarcas se han confabulado para atacarlas a ellas por su mera condición de mujer. Porque si algún día entran en ese juego y realmente empiezan a pensar que son víctimas de una sociedad y no de sus propias decisiones, habrán dado el primer paso para que sean sumisas a aquellos dirigentes que supuestamente las dicen proteger. Y pensar esto es también feminismo.
Construir una corriente ideológica que nos trata a las mujeres de manera paternalista bajo un manto de supuesto empoderamiento, que nos obliga a llevar a nuestros hijos al despacho para demostrar lo buenas madres y profesionales que somos y que pretende que eduquemos a los niños varones como si el mero hecho de su género supusiera que están programados para agredir o menospreciar a las mujeres, no es trabajar por el avance sino invertir los logros.
Por eso es bueno hablar de las pioneras feministas que lo han sido sin saberlo. De aquellas madres, abuelas, tías y hermanas que generación tras generación sabían que tenían que avanzar para las que veníamos detrás. Y ahora nosotras tenemos la obligación de trabajar para que las generaciones futuras de mujeres también lo tengan más fácil. Y todo eso tenemos que hacerlo sin inventarnos una supuesta conspiración heteropatriarcal de una sociedad cuyos líderes cis pretenden oprimir a las hermanas que se sienten presas del sistema machista, porque eso sólo divide a la sociedad y no nos une en lo que de verdad importa.
Claudia Alonso, portavoz del PP en el Ayuntamiento de Toledo