Una investigación de la Universidad de Castilla-La Mancha ha demostrado “la existencia de corruptelas y redes clientelares que se beneficiaban de la construcción de elementos de fortificación” destinados a la defensa de las posiciones durante la contienda.
Muchas de estas construcciones sirvieron para “enriquecer” a determinadas personas mediante el cobro de comisiones por contratación o la inclusión, en los presupuestos de obra, de supuestos trabajadores que al final eran sustituidos por mano de obra gratuita. Entre ellos los prisioneros de guerra.
El sistema organizado para el beneficio de unos pocos, y en particular los altos mandos franquistas, se puso de manifiesto porque muchas de las fortificaciones que se construyeron no eran necesarias para mantener el frente. En unos casos porque se realizaron en lugares donde no había actividad bélica. En otros, porque se construyeron cuando el conflicto tocaba a su fin y los partidarios de Franco ya sabían que habían ganado la guerra.
Es una de las conclusiones “colaterales” de la tesis doctoral 'Fortificaciones de campaña en el Teatro de Operaciones del centro (1936-1939): cicatrices en el paisaje. Localización, documentación y estudio arqueológico a través de la ingeniería inversa’, dirigida por los profesores Juan Pereira, de la Universidad de Castilla-La Mancha, y Mercedes Farjas, de la Universidad Politécnica de Madrid.
Ángela Crespo Fraguas, doctora en Arqueología y Máster de Patrimonio Histórico: Investigación y Gestión en la Universidad castellanomanchega ha publicado una exhaustiva investigación sobre los elementos constructivos que formaron parte del escenario de guerra. Uno de los aspectos novedosos que aporta es el estudio en detalle de la cadena operativa que va desde la contratación, el suministro de materiales hasta el momento concreto de construcción.
“La guerra fue irremediablemente un negocio, sobre todo un suculento y lucrativo negocio para políticos, empresarios y militares de alto rango”, explica la investigadora toledana, que alude al precedente de la guerra de Marruecos. “Casi todos los oficiales que vienen aquí vienen a hacerse ricos”, escribía Arturo Barea en su novela autobiográfica ‘La forja de un rebelde’.
En Toledo, en el lugar que hoy ocupa el campus de la Universidad de Castilla-La Mancha, el ejército franquista construyó dos refugios antiaéreos. Están en el campus de la Fábrica de Armas. La investigadora localizó el presupuesto de construcción, pero los datos que figuran en los planos del proyecto de obra original y la estructura que al final se construyó poco tienen que ver.
La práctica continuaría al terminar la guerra. “Solo hay que prestar atención a los proyectos vinculados a la edificación de grandes infraestructuras”, explica. Entre ellas, el Valle de los Caídos, la edificación de viviendas de protección oficial, la construcción de pantanos y pueblos de repoblación o la recuperación y reconstrucción de todas las zonas devastadas por efecto de la guerra.
Estas y otras pistas para fundamentar la investigación las encontró en los restos bélicos del ‘Teatro de Operaciones del Centro’, que comprende un amplio territorio entre Madrid y Castilla-La Mancha.
La guerra fue sobre todo un suculento y lucrativo negocio para políticos, empresarios y militares de alto rango que tras la guerra se tradujo en grandes infraestructuras: el Valle de los Caídos, las viviendas de protección oficial o los pantanos
¿ Por qué se construyó de un modo concreto y no de otro? ¿Qué materiales se emplearon y de dónde procedían? ¿Quiénes los ejecutaron?
Crespo lleva desde 2014 trabajando sobre el terreno junto a 40 personas sobre posiciones asociadas al denominado frente sur del Tajo, en los territorios donde tuvieron lugar las batallas de Seseña, Jarama y Brunete.
Las primeras manifestaciones de fortificación estarían relacionadas con el intento de las tropas republicanas de contener el avance de las columnas de los insurgentes (los franquistas) hacia Madrid en septiembre de 1936. Las llevaron a cabo mandos pertenecientes al Partido Comunista y batallones de trabajadores organizados entre la población civil.
Crearon trincheras, pozos de tirador, abrigos para la tropa, puntos de observación y nidos de ametralladoras protegidos y enmascarados con maderas y sacos terreros y, en algún caso, por cemento trabado con enseres cotidianos como vallas, somieres o cualquier cosa que diera cierta consistencia a la cubierta. El hormigón también estuvo presente en los primeros momentos en construcciones que controlaban vías de comunicación.
El bando franquista comenzó algo más tarde. No fue hasta el verano de 1937 cuando intensificó las labores de fortificación y el esfuerzo fue todavía mayor a partir de 1938 para terminar convirtiéndose, ya con la victoria asegurada, en un negocio para algunos.
La planificación y ejecución estuvo condicionada por la orografía. En 1937 los dos ejércitos creían que lo fundamental era evitar las zonas visibles y elevadas, pero no lo consiguieron. Primaba más “miedo y la incertidumbre de no poder ver por donde se aproxima el enemigo”, tal y como ha confirmado esta investigación.
Se ha documentado hasta 22 tipos de fortificaciones. Crespo se remonta en su estudio al siglo XVII para ofrecer una evolución de los manuales, directrices y reglamentos de fortificación en el ejército español desde 1650 hasta 1900, para centrarse después en los específicos de la guerra civil. “Rompemos el mito de que los republicanos no sabían fortificar. En ambos bandos había gente con conocimientos, solo dependía de los materiales disponibles”.
Las ‘Escuelas Populares de Guerra’ del bando republicano publicaron manuales del bolsillo que repartían entre sus unidades. Estos folletos contenían ilustraciones sencillas y claras sobre cuestiones prácticas de fortificación a modo de guía técnica para la tropa. En el ejército franquista el avance del conflicto va generando amplia documentación con directrices muy concretas de la forma y los medios para fortificar sus posiciones en islotes aislados de resistencia. Las órdenes se recibían de los altos mandos.
Al finalizar la contienda en el territorio que hoy ocupa la Comunidad de Madrid y ambas orillas del río Tajo a su paso por la provincia Toledo en Castilla-La Mancha, se localizaban multitud de fortificaciones republicanas que triplicaban a las construidas por los franquistas, a pesar de la “desorganización” inicial entre el ejército de la República que fue sistematizando y puliendo, frente a la mejor planificación franquista. No todos se han conservado. “Tras la guerra se extraían los perfiles de hierro de las construcciones para venderlos”.
Sacos terreros como ‘botas’, pasta de dientes inglesa y munición mejicana
La investigación ha estudiado también la munición o la vida cotidiana en el frente. Ha permitido sacar a la luz documentación inédita como mapas, órdenes y estadillos que hacían referencia a las posiciones ubicadas en Pinto (Madrid) o Añover de Tajo y Azután, en Toledo.
El mapa del despliegue de la División 18 en el sector, Getafe-Pinto-Jarama, revela distintas posiciones junto a los elementos de fortificación, como alambradas o campos de minas. Un segundo documento inédito es la orden de construcción de la posición artillera de Valdecantos también en la Comunidad de Madrid.
En las prospecciones arqueológicas se han hallado restos diversos que ayudan a conocer detalles que no cuentan los libros de historia. “Las latas de conserva nos puede decir si la conservera fue requisada por el ejército o qué comían los soldados”. En puestos republicanos han llegado a encontrar tinteros, expectorantes para la neumonía, cepillos de dientes de baquelita como los hallados en Azután (Toledo) de marca inglesa o pasta de dientes en las trincheras de Pinto (Madrid). “Es curioso porque la marca es Orive -hoy conocemos productos como Licor del Polo-, que suministraba a Falange”.
“Y no solo se come, sino que se bebe y mucho para entrar en calor o para vencer el miedo. En los dos bandos. Pedro Domecq o Anís La Castellana abastecía al bando franquista y Anís del Mono al republicano, por ejemplo”.
En la época, la carestía de ropa militar para los soldados en el frente fue desmedida, sobre todo, en el bando republicano. “A veces no había calcetines ni botas, así que usaban los sacos terreros de las trincheras”, relata Crespo. Los suministros llegaban normalmente en las mulas de los acemileros.
Encontraron también vainas o casquillos de balas que reflejan la procedencia de la munición. “Nos permite saber qué ayudas en armamento tuvieron unos y otros. Hemos encontrado munición mejicana”. Se sabe que Lázaro Cárdenas, presidente de Méjico, ayudó a la República, pero “nos sorprende que fuera con armas y tan pronto porque los países firmaron un tratado de no intervención. Rusia envió armas y también otros países europeos que hubo que pagar. Casi todas estaban obsoletas”.
Todos los materiales hallados en las distintas excavaciones han sido depositados en el Museo Regional de la Comunidad de Madrid con sede en Alcalá de Henares y en el Museo de Santa Cruz de Toledo. “Las posiciones que hemos estudiado tienen, además, desde ahora un cierto nivel de protección por parte de la Administración regional”.
Una “batalla por ganar” o la valorización de la arqueología de guerra
La denominada ‘Arqueología del Conflicto’ permite interpretar y tejer episodios desconocidos de la historia. Ángela Crespo cree que hay un “desconocimiento casi absoluto de los acontecimientos por una inmensa mayoría de la población, pero también por la utilización y manipulación de la Historia por intereses partidistas”.
Por eso sugiere que hay que seguir avanzando en los estudios sobre la guerra civil española. “Queda mucho por hacer”. En España se encuentra uno de los frentes de batalla más extensos de los conflictos europeos acaecidos a lo largo del siglo XX: más de 1.200 kilómetros de largo y una media de 8 kilómetros de ancho. Si se compara con el llamado ‘Frente Occidental’ de la I Guerra Mundial ( 900 kilómetros) es un dato importante, sugiere la investigadora teniendo en cuenta que la ‘Gran Guerra’ fue un conflicto internacional sobre el que abundan las publicaciones y la investigación arqueológica.
“Sobre la historia de la guerra civil se ha estudiado y se ha escrito mucho, pero hacerlo a través de la arqueología nos permite matizar, corregir y aportar a la propia historia datos que se desconocían. Y eso no significa tomar partido por unos o por otros. Lo que tenemos, es lo que hay”.
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