Si todo proyecto, toda bodega tiene una historia detrás, la Jiménez Landi, la bodega que lleva años abriendo camino a nuevos perfiles de vino, tiene una trayectoria de trabajo, de búsqueda que la ha llevado a conectar con el nuevo consumidor de vino, más joven, “más inquieto, más infiel”. Vinos distintos que muchas veces están revestidos de controversia, unos dicen que son para iniciarse, otros que para iniciados.
El responsable y enólogo de estas bodegas pertenecientes a la Denominación de Origen Méntrida, José Benavides Jiménez-Landi ha llegado hasta aquí con el respeto a lo que cada viña produce, cuidando la tradición, investigando las distintas formas de hacer vino pero sobre todo con una simbiosis con la tierra y las viñas que cultiva, escuchando a cada viña.
“Hace 15 años nuestros vinos eran muy difíciles de entender, porque el consumidor que bebía vino era más clásico, estaba acostumbrado a vinos con más color, más estructura, más potentes más armados”, recuerda. Pero el tiempo y el trabajo de enólogos como Jiménez Landi ha hecho que el consumidor haya evolucionada hacia nuevos perfiles de vino.
“Ahora el consumidor es más joven, más inquieto, más infiel, es raro que un consumidor de vino compre 40 cajas de una misma marca como antes, ahora la gente quiere probar vinos de distintas zonas, hay gente más joven, hay más mujeres y eso hace que quieran beber vinos más frescos, más divertidos, menos potentes y en ese sentido el perfil de Jiménez Landi encaja muy bien con ese consumidor”, señala.
Aunque lo que no dice que unos de los pioneros de este nuevo perfil de vinos ha sido el , que cuando todavía el consumidor estaba anclado en vinos más clásicos apostó fuerte y empezó a caminar hacia esa garnacha de Gredos hoy tan de moda.
“Los tres primeros años del negocio nos dedicamos a viajar y formarnos, el viajes que marcó el devenir de nuestros vino y el estilo fue Francia donde conocimos la forma que tiene los franceses de entender los vinos”, señala. “Ese hito que parece sencillo de entender tardamos tres años en entenderlo y nos dimos cuenta de que lo que teníamos que hacer es trabajar la calidad de los vinos desde la materia prima, es decir, en origen de la uva es lo que iba a diferenciar unos vinos de otros”, apunta.
Así, empezó a caminar hacia un estilo de vinos que se producían en el país vecino. “Aquí estábamos acostumbrados a vinos muy maderizados, con mucha crianza, con mucha madera; pero fuera de España sobre todo en Francia, en algunas zonas de Borgoña, elaboraban los vinos con un perfil mucho más fresco, más bebible”. Uno de sus modelos lo encontró en la zona del Ródano, donde con un clima parecido a Méntrida y con la garnacha como variedad reina y unos suelos de origen arenoso granítico, “nos dimos cuenta de que elaboraban las garnachas de otra manera”, señala y empiezan a implementar esta forma de trabajar en esta zona toledana.
Todo ello les trae hasta aquí. Sus vinos se definen no por los años que pasan en barrica sino por la materia prima, por las uvas, y por una forma de hacer inquieta, inconformista. “Somos bastante inquietos, aunque somos una bodega pequeña, producimos unas 70.000 botellas, sí nos gusta investigar, buscar nuevas formas de elaborar, buscar variedades que están perdidas, trabajar con distintos formatos”, apunta.
Esto los lleva a caminar la difusa línea entre la tradición y la innovación. “Intentamos combinar todo, la tradicional, la elaboración biodinámica, la agricultura ecológica, sobre todo intentar hacer vinos lo más francos posibles, lo más verdaderos posibles y al mismo tiempo implementar la tecnología para dar la mejor trazabilidad del producto”, señala.
Acaban de comprar unos nuevos depósitos de hormigón y unos tinos de madera “para buscar más finura en los vinos. Estamos en ese plan muy artesano en la forma de elaborar, con raspón, pisamos la uva con los pies, pisamos en los tinos de madera y no utilizamos maquinaria, selección de racimos a mano, un proceso muy tradicional, pero nos gusta estar a la última: nos hemos traído una aplicación informativas de California para la gestión de toda la trazabilidad de la uva, la viña, la botella que llega a un consumidor”, adelanta.
Los perfiles de Méntrida
La ubicación de la Denominación de Origen de Méntrida permite elaborar distintos perfiles de vino, los que ofrecer las viñas que tienen en El Real de San Vicente, una zona más alta, y las que están en los valles de Méntrida.
“La zona del Real de San Vicente no porque sea más alta es más fresca. Es una zona que tiene suelos de arena degradada de origen granítica y con bastante sílice, mucha roca en superficie, y es un suelo que te aporta mucha frescura; un entorno de monte bajo, de jaras y tomillos, lavandas, cantueso, incluso pinares, enebros y, al mismo tiempo, una zona que al estar en sierra sufre bastante más insolación que en los valles y una diferencia térmica en torno a 2, 3 grados con los valles de los pueblos de Méntrida”. Todo esto da unos perfiles de vino con “taninos más afilados, más tensión, más minerales, nariz que recuerda a la endrina, a la cereza al licor a los hinojos, a la piel de naranja, vino más elegantes”, los define. De estas parcelas serranas proceden dos de sus tintos. ‘Piélago’ y Ataulfo’.
En los valles de Méntrida, “las garnachas maduran 15 días más tarde que la del Real de San Vicente; el suelo de esta zona es más arenoso, una arena más degrada más aluvial, incluso con algunas arcillas y eso te dan una maduración más lenta pero no tienen la complejidad aromática del Real ni un perfil tan fresco como los de Gredos”, apunta. De aquí surgen los tintos ‘El Corralón’ y ‘Sotorrondero’.
La diferencia entre la procedencia de las uvas da también esa diversidad en sus vinos. “En lo valles tiene un perfil de garnachas algo más maduras, de corte un poco más mediterráneo, sin perder la elegancia y la frescura de los vinos y en Real se dan vinos más finos, en nariz más elegantes y con tensión en boca porque tiene más mineralidad en la parte alta de la sierra que en los valles”, señala.
Para Jiménez Landi, los perfiles de los valles son “más golosos, más mediterráneos, más fáciles de beber y el Real de San Vicente para un consumidor más experto, más especifico y vinos más difíciles de entender porque al final no son habituales”.